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Un beso... un beso respondieron los chicos, una niña y un niño de seis y cinco años respectivamente. ¿Nada más? La niña, avergonzada, hizo signos negativos con la cabeza. Reynoso se inclinó para besarla. Mas he aquí que cuando lo estaba haciendo, el niño le introdujo suavemente la mano en el bolsillo.

Vilches tenía niños y se habló de ellos y de otros asuntos, pero se abstuvo de preguntar por Reynoso y lo mismo de invitarla a subir a ver a su esposa. Esto último hirió profundamente a Elena, que al despedirse apenas se atrevió a decir: «Recuerdos a RosaAquella misma tarde regresó a Madrid.

El chico, sin vacilar, se fue corriendo al pequeño estanque de una fuente de mármol y comenzó a echarse agua a la cara. En vez de quitarse la tierra, la esparció de tal modo por sus rosadas mejillas que daba horror. Reynoso no pudo menos de soltar la carcajada. El niño comenzó a llorar perdidamente. Entonces su hermanita se brindó con maternal solicitud a lavarle.

Los animales salieron gozosos en su compañía, pero viendo que Clara se quedaba vacilaron unos instantes, ladraron a Reynoso como recriminándole por ponerles en aquella disyuntiva y al fin se decidieron a volverse a la glorieta, echándose a los pies de su ama. Te lo digo con todas las veras de mi alma, Clarita; yo quisiera morir de un tiro de tu mano como han muerto esos patos.

¡Tienes mucha razón, amigo mío! exclamó Reynoso riendo . En este caso soy un traidor... Pero ellas me perdonan porque las dejo lo bastante para alimentarse y las estimulo a trabajar. De otro modo se aburrirían... No se apure usted, don Germán. Los traidores saltan en todas partes replicó Tristán dirigiendo una mirada penetrante a Cirilo y Visita.

Reynoso mandó encender las chimeneas del dormitorio y del saloncito contiguo que ya estaban apagadas; luego despidió a los criados y se encerró con su esposa. ¿Pero qué es eso? ¿qué es eso? dijo paternalmente tomándole una mano y arrastrándola suavemente hacia un diván. Elena le echó los brazos al cuello y rompió a llorar.

Se saludaron alegremente con un cordial apretón de manos. No entremos en casa dijo Reynoso . Clara anda por ahí cazando y Elena se está vistiendo. Vamos a la glorieta a descansar y tomaremos una copa de vermut o de cerveza, lo que quieras.

Luego otra vez a verlos en el teatro, en las soirées, después de haberlos visto por la mañana en la acera de la calle de Alcalá y por la tarde en algún five o'clock, en la exposición de pinturas, en las carreras, en dondequiera que repicasen. Cualquiera diría, pensaba Reynoso, al observarlos tan presurosos, tan sedientos de verse a todas horas, que estos señores se aman entrañablemente.

Tristán y Escudero se detuvieron delante de una taberna, abrieron la puerta e invitaron a los otros a entrar con ellos. Reynoso se dejaba conducir dócilmente. Tristán, que parecía haber estado ya allí algunas veces, hizo ademán de sentarse a una mesa próxima al escaparate. Tenía éste doble cierre de cristales y a su través se veía perfectamente la calle que era estrecha.

La charla viva, irónica, chispeante de Núñez empezó a causar secreta alegría a la gentil señora de Reynoso; su rostro serio comenzó a iluminarse y no tardó su linda boca en estallar en carcajadas ruidosas celebrando los donaires casi siempre maliciosos del pintor.