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LEONIE. ¡De ningún modo...! Conozco a señoras respetables que principiaron como yo, pero que supieron administrarse y ahorraron dinero. Se casaron y entraron en el buen camino. CIRILO. No pierdo la esperanza de hacer que usted entre también en él; pero por medios más sencillos.

Yo hubiera querido salir de esta casa dejando a usted ignorante de mi condición. La veo consternada y pronta a llorar... LEONIE. No me faltan motivos para ello... Ahora va usted a detestarme... CIRILO. Soy tan amigo de usted como antes. En cualquier tiempo, nuestra misión fué toda de indulgencia.

Su club era el salón de un amigo y pariente, al cual iban casi todas las noches D. Manuel Cantero, D. Cirilo Álvarez y D. Joaquín Aguirre, y algunas D. Pascual Madoz. No podía ser, pues, D. Baldomero, por razón de afinidades personales, sospechoso al poder.

Ya es tarde y tengo que hacer un montón de cosas... Mi querida madrina: cuando no lleve este uniforme me será muy difícil visitarla. Además, abandonaré raras veces mi puesto. Prométame que me escribirá, que me permitirá continuar por carta la obra de su rehabilitación... Leonie lleva a Cirilo hasta el recibimiento; apenas cerrada la puerta, aparece la sirvienta. LEONIE. ¿Qué quieres...?

¡Vea usted lo que está diciendo, señor Aldama! profirió Cirilo perdiendo la paciencia e incorporándose en la butaca . Considere usted que con esas reticencias me está usted ofendiendo y que yo no le he dado motivo alguno para ello.

CIRILO. ¡Nunca es demasiado tarde...! La Magdalena... Santa María Egipcíaca... LEONIE. ¡Siempre mencionan a éstas...! Son el orgullo de la corporación. Tuvieron suerte, y nada más. En nuestro oficio, para ser perdonadas, hay que hacer antes fortuna. Después se compra un castillo y se vuelve una decente. CIRILO. ¡Usted leyó eso en las novelas...!

Entraron en el parque y se diseminaron por él. Tristán y Clara se apartaron del grupo; Reynoso se fue a dar algunas órdenes al jardinero. Elena con Visita, Cirilo y el marquesito entraron en el cenador.

CIRILO. Lo importante para la nobleza de nuestros actos es la intención, no la persona. Yo he conservado sus queridas cartas y las releeré cuando dude de la bondad de los humanos. No me avergüenza la ternura que contienen; usted ha puesto en ellas lo mejor de su corazón. Y si no ve usted inconveniente en ello, le ruego que continúe esta correspondencia.

, la señora tiene la desgracia de estar ciega respondió Cirilo tristemente. Hubo una pausa y al cabo la mujer profirió con acento desesperado: ¡Ciega quisiera estar yo para no ver lo que veo en mi casa!

Cirilo era hijo de un primo en tercero o cuarto grado de su padre; ella de un modesto empleado en Hacienda. Cuando Reynoso llegó de América, Cirilo trabajaba con corto sueldo en una casa de banca y estaba ya en relaciones amorosas con su actual esposa; ambos perfectamente sanos. Era un joven activo, inteligente, de una honradez a prueba.