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En éstas y otras, presentósele un día el Tuerto con las manos en los bolsillos y la cara hecha un vinagre. ¿De onde vienes, tiña? le preguntó el viejo mareante, abrazando con cariño, pero muy admirado, al aparecido. Del departamento respondió el Tuerto. ¡Del departamento! ¿Pues no mandaste carta de allá, hace ocho días, para á Patuca, que sabe leer y escrebir? Cierto.

La santidad, una declarada locura. ¿Qué me dice usted de San Francisco de Asís abrazando y besando a los leprosos? ¿No es un caso de locura inmunda como la de esos desgraciados que suelen verse en las celdas de los manicomios gozando en revolcarse entre sus excrementos? ¿Qué opina usted de Santa Teresa de Jesús? ¿No le parece a usted increíble que haya aún quien tome en serio los desatinos que escribe?

Estas escenas de terror acababan siempre con la caída del albañil en el camastro, fatigado de golpear a la hembra. Al poco rato sonaban sus ronquidos brutales, mientras la madre, abrazando al pequeño, lloraba sobre su cabeza silenciosamente.

Grande fue su alegría encontrándole vivo, pues había salido de Cádiz porque la impaciencia le devoraba, y quería saber su paradero a todo trance. «Eso que tienes no es nada dijo abrazando a su hijo : un simple rasguño. no estás acostumbrado a sentir heridas; eres una dama, Rafael. ¡Oh!, si cuando la guerra del Rosellón hubieras estado en edad de ir allá conmigo, habrías visto lo bueno.

¡Querido Rafael! exclamó el duque abrazando al oficial, que era pariente suyo, y a quien tenía mucho afecto. Era este pequeño, pero de persona fina, bien formada y airosa; su cara, de las que se dice que son demasiado bonitas para hombres.

¡Cómo te acuerdas!... ¿ eh? pero puedes tocar no más, sin temor de que llore; ¡yo creo que a cada hora que paso aquí me renuevo de pies a cabeza! A me pasa lo mismo; tengo ganas de gritar a veces: ¡estoy contento!... ¡Viva Melchor!... así... ché, como un chico dijo Ricardo abrazando efusivamente a su noble amigo.

Pues yo añadió la condesa querría a Rafael, por lo mucho que me divierte, si no le quisiera ya tanto por lo mucho que vale. Aquí tienes, querida Gracia dijo Eloísa entrando y abrazando a la condesa , el Viaje de Dumas por el sur de Francia. La condesa tomó los libros.

El ama de gobierno tuvo que arrodillarse ante él, abrazando sus piernas y recordándole las dulces intimidades de otros tiempos ya olvidados. Sólo así consiguió arrancar de sus manos el viejo revólver con el que pretendía recibir á tiros á los invasores. Por su culpa podían morir fusilados muchos vecinos de la ciudad, según afirmaba su vetusta compañera.

Descubrió la niña, en medio de su incesante ir y venir, algunas tempranas violetas ocultas entre la yerba, y haciendo un ramito las colocó en el vestido del artista; después sentóse, y abrazando con mimo a su padre: ¿Te encuentras bien, papá? le preguntaba : yo me encuentro muy bien... ¿Verdad que es bonito el campo?

Y la otra hermana se había negado á separarse de ella, abrazando el cuerpo convulsivo, besando sus ojos que no veían, su boca que sólo sabía rugir. ¡Berta, corazón mío! ¡No te mueras!... ¡No te mueras!