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La sospecha de que aquél, y especialmente el mimo y la pantomima, han contribuído en parte á la formación de los últimos, no puede rechazarse por completo, puesto que el tiempo y la adición de extraños elementos pueden haber variado su índole primitiva. Influencia simultánea de los ritos de la Iglesia y de las diversiones profanas en la formación del drama religioso.

Antes, tanto mimo que corrompía, y ahora, de súpito, tratan a este angelito peor que a una bestia. ¡Dígote que la cosa pasa de la raya! ¡No hay corazón para ver tanta maldad! Cállate, tontona, entrometida saltó Concha. ¿Quién te da vela a ti en este entierro?

Reynoso a su vez la apretaba tiernamente contra su pecho y le acariciaba la cabeza rozando con los labios sus cabellos dorados. Al cabo de un largo silencio, Elena levantó sus ojos mojados de lágrimas y sonriente y confusa balbució con mimo: ¡Si me hicieses un favor, Germán! ¡Cuanto quieras, alma mía! Es que acaso te moleste... Si me molesta, mejor: así tendrá algún mérito.

Petra le consoló y le mimó, dándole algunos besos, que fueron los hierros con que le esclavizó para siempre. De allí en adelante mostrose muy benévola hacia él; le cosía con esmero cualquier rotura que hubiese en su vestido; le pegaba los botones y le arreglaba la corbata; cuando venía despeinado, con sus propios peines le aliñaba el pelo.

Era tan bruto, que el Majito mismo, con un poco de mimo y otro poco de esa adulación que algunos chicos manejan como nadie, le tenía por suyo. Pero de ningún modo se le conquistaba con la fuerza.

En Gallarta había un jayán, vencedor en todas las apuestas, que los contratistas llevaban á sus cenas, cuidándolo como si fuese una mujer amada, tentándole los músculos para apreciar si su vigor decrecía, engordándolo á todas horas con champagne y fiambres, con igual mimo y cuidado que si fuese un gallo de pelea.

Laura se cercioró aún más de su tristeza, y poniéndole una mano sobre el hombro, le dijo con mimo: Vamos... díme, querido, ¿qué tienes? El mayordomo dió todavía algunos pasos sin contestar. Una lágrima tembló en sus negras y largas pestañas, y bajó rodando silenciosa por la mejilla. Laura al verla exclamó con sobresalto: ¿Qué es eso? ¿Por qué lloras? Porque no me quieres.

Diciendo esto le cogía por un brazo y le sacudía con ira materna y correccional. «Mira que no te podemos sufrir... Lo que tienes es mucho mimo».

Porque eres su padre, , su padre. ¿A que no lo niegas? añadió acercando con mimo su rostro al de él y poniéndole los labios en el oído. Voy a traértela. Pero ¿va a venir el ama? preguntó él con terror. No, hombre, no replicó riendo. Vendrá ella solita. Verás qué bien camina ya. El conde abrió los ojos con una expresión estúpida que la hizo reír aún más.

La cólera la hacía tartamudear, saliendo de su boca desprovista de dientes unos ruidos extraños. ¡Hum! gruñó Nuncita, torciendo el hocico con mueca de mimo. ¡Niña, no me enfades! gritó su hermana mayor. ¡No quiero, no quiero! repitió aquella criatura indómita con decisión. Y al mismo tiempo se levantó de la silla y arrastrando los pies se fue a refugiar en el gabinete.