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Segundo Teniente. César Celoria. Segundo Teniente. Francisco Espinosa. Taquígrafo. Wifredo Hiraldo. Agregado. Ismael Consuegra Guzmán. Agregado. Elisardo Maceo. Agregado. Francisco Aday. Agregado. Catalino Collazo. Capitán. José A. Bernal. Segundo Teniente. Arturo Varona. Primer Teniente. Alfredo Suárez. Sres. Lorenzo Portillo. " Pedro Díaz Martínez. " Dr. Luis Octavio Diviñó.

Maese Alfredo L'Ambert, antes de recibir el golpe fatal que le obligó a cambiar de narices, era, sin duda alguna, el notario más notable de Francia. En la época aquella contaba treinta y dos años; era de elevada estatura, y poseía unos ojos grandes y rasgados, una frente despejada y olímpica, y su barba y sus cabellos eran de un rubio admirable.

El silencio de Pablo Hervieu tiene la expresión inquietante de una pregunta; callando, parece repetir lo que su mano escribió: «Haz que yo pase por todo aquello por donde pasaste...» El rasgo típico más seductor y más nuevo de todo el meritísimo edificio literario de Alfredo Capus es la indulgencia.

Aquella mañana no había en doña Luz ascetismo ninguno, o por lo menos, no había acudido aún el ascetismo. Estaba doña Luz vestida con una linda bata, y los cabellos rubios, no peinados aún, recogidos en red sutil. Recostada lánguidamente en una butaca, leía, ya en este, ya en otro, de dos libros que tenía al lado. Eran Calderón y Alfredo de Musset.

General Eusebio Hernández. General Enrique Loinaz del Castillo. General Salvador Cisneros Betancourt. General Manuel Piedra. General Gerardo Machado. General Domingo Méndez Capote. General Fernando Freyre. General Alfredo Rego. General Pedro Delgado. General Agustín Cebreco. General Alberto Nodarse. General Eduardo Guzmán. General Manuel Delgado. General Carlos González Clavel.

Baltasar, desde los tiempos en que vivió asilado en San Francisco, se había entregado con pasión al culto de Baco, y es fama que labró sus mejores efigies en completo estado de embriaguez. Hace poco leí un magnífico artículo sobre Edgardo Poe y Alfredo de Musset, titulado El alcoholismo en literatura. Baltasar puede dar tema para otro escrito que titularíamos El alcoholismo en las bellas artes.

A mitad del pasaje descubierto, al extremo de la galería del Barómetro, Alfredo L'Ambert esperaba fumando un cigarrillo. Diez pasos más allá, un hombrecillo redondo, con un fez escarlata, aspiraba a intervalos iguales el humo de un cigarrillo de tabaco turco, del grueso de un dedo.

Las cartas que le escribía iban siempre firmadas con nombre de varón, Alfredo, como si fuesen de un amigo a otro; mas no por eso dejaban de venir salpicadas con toda clase de frases apasionadas: «Te adora con todo su corazón... Alfredo.» «Querido de mi alma, los minutos lejos de ti se convierten en siglos...» «Ayer contemplando la luna desde el balcón de mi cuarto me asaltó el recuerdo del paseo nocturno que hemos dado hace algunos días y sentí resbalar las lágrimas por mi rostro...» «Te manda un tierno abrazo apasionado tu AlfredoSi las tales cartas se extraviasen darían mucho que pensar y reír al curioso que con ellas topara.

Así que manifestó claramente su desabrimiento cuando Villa le dijo que por la tarde había charlado un rato con aquélla a la reja, y que el tema de su conversación había sido él. Yo creo, don Alfredo profirió el mancebo muy amoscado, que no había necesidad de que usted se metiese en cosas que no le importan.

Como sus tipos mejores, Capus estaba cierto de que los años venideros desvanecerían la oscuridad en que la indiferencia del presente dejaba su nombre, y entretanto continuó estudiando, aguardando lo que él mismo llamaba más tarde la ocasión, «la vena». Alfredo Capus no sobresale como creador de caracteres; este dón, inagotable en Balzac, lo disfrutan muy pocos.