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Mi abuela daba una importancia tan extraordinaria a estas cosas, que yo creía que eran del dominio común, y que las hazañas de mi bisabuelo eran tan conocidas como las de Napoleón o las de Nelson. Había también en la sala una brújula, un barómetro, un termómetro, un catalejo y varios daguerrotipos pálidos, sobre cristal, de primos y parientes lejanos.

¡Sin duda! dijo Melchor, el barómetro marca ya 755 milímetros agregó, mirando al que pendía de la pared del comedor, donde acababan de almorzar. ¡Qué agradable sería dormir la siesta bajo un buen aguacero! Aquí tienes, ché, Ricardo, un día excelente para ir a visitar la «Pampita»... y hacer méritos... ¡Hacer una barbaridad!... porque me moriría en el camino.

Parece que una de las razones que alegó Gravina fue el mal tiempo, y mirando el barómetro de la cámara, dijo: «¿No ven ustedes que el barómetro anuncia mal tiempo? ¿No ven ustedes cómo baja?». Entonces Villeneuve dijo secamente: «Lo que baja aquí es el valor». Al oír este insulto, Gravina se levantó ciego de ira y echó en cara al francés su cobarde comportamiento en el cabo de Finisterre.

Los resultados los anotaba todos los días en el cuaderno de bitácora. Yo solía ayudarle muchas veces a echar el cordel de la corredera, y luego a medir. Tenía una corredera antigua. En general, lo que usaba el capitán, el barómetro, los cronómetros, las cartas de derrota, todo era viejo. En su camarote tenía un reloj de arena; lo prefería por seguro y por silencioso. Zaldumbide odiaba lo nuevo.

Don Francisco de Sandoval y Rojas atravesó las antecámaras de palacio en medio de los más profundos saludos y de las reverencias más profundas de los cortesanos. Hasta allí todo iba bien: se le consideraba por los pretendientes, que son un barómetro, como señor omnipotente, en el pleno goce del favor del rey. Los ujieres se mostraron con él, y del mismo modo, profundamente respetuosos.

Esta idea me asaltó en aquellos instantes y resuelto á morir á la vista del cielo fuera de aquel ataúd, me puse de pie para salir de la cámara. En aquel instante la campana dió los tres cuartos. La luna debía estar en su carrera visible. La percepción de la campanada se confundió con la visual al barómetro. ¡¡¡Principiaba á subir!!! ¡¡¡Nos habíamos salvado!!!

Mudo al principio, diríase que duerme; mas, ha recibido un tenue golpe, golpe de batuta que señala el preludio: hele aquí inquieto. Contesta, vibra, oscila; se repliega, baja. La atmósfera elástica, bajo los cargados vapores, pesa; y luego, repentinamente, rebota y sube. El barómetro tiene su borrasca peculiar.

La mayor parte de las velas, á pesar de ir perfectamente aferradas, se rifaron; el viento producía entre jarcias y obenques sonidos metálicos imposibles de imitar y los mares engrosaban más y más destruyendo la obra muerta. La María Rosario no gobernaba. La caña de su timón era impotente. ¡El barómetro marcó 29,16! ¡¡¡Cerca de una pulgada de descenso!!! El vórtice debía estar próximo á las muras.

Un barómetro enorme, dorado y con vistosos adornos, regalo de Sánchez Morueta, era el único objeto notable y el que más estimaba el capitán, pues, por sus hábitos de hombre de mar, siempre se estaba preocupando del tiempo. Tenía muchas ganas de verte dijo Iriondo, ocupando de nuevo su sitio ante la mesa. ¡Las veces que he pensado en ir á pasar un día en las minas! Allí hay caza ahora, ¿verdad?

El barómetro era el único que en aquellos momentos de angustia tenía elocuencia: esta, aunque muda, poseía la más fuerte de las razones. ¡La convicción de la realidad! El descenso de la columna barométrica vertía en nuestra alma las mismas amarguras que tan magistralmente describe el gran fisiólogo del corazón humano en la reducción de su piel de zapa.