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Legítima de la tierra. Esbelta, arrogante; brazos y garganta con adorables redondeces, y los blancos tules de Elsa amplios en la cintura, pero estrechos y casi estallando con la presión de soberbias curvas. Sus ojos negros, rasgados, de sombrío fuego, contrastaban con la rubia peluca de la condesa de Brabante.

A pesar de la seguridad con que dijo esto, Ferragut sintió la tentación de gritar: «¡Mentira!...» Luego se quedó contemplando sus ojos audaces, rasgados y negros, fijos en él. Empezó á dudar... Tal vez decía verdad. Otra vez se sintió atraído por el palabreo de la doctora. Hablaba en francés, repitiendo sus elogios á la patria de Ferragut.

Era como las vírgenes patronas de los pueblos: la tez, con pálida transparencia de cera, bañada a veces por un oleaje de rosa; los ojos negros, rasgados, de largas pestañas; el cuello soberbio, con dos líneas horizontales que marcaban la tersura de la blanca carnosidad; alta, majestuosa, con firmes redondeces, que al menor movimiento poníanse de relieve bajo el negro vestido. , era muy guapa.

Y al llegar aquí la candorosa Luz con sus comparaciones mentales, se quedó abismada en el mayor de los asombros... junto a la puerta de entrada al salón, en el mismo sitio donde ella tenía puesta la mirada, casi rozándose con el novio de su amiga, que pasaba por allí en aquel momento, acababa de aparecer... el otro, el mancebo de sus imaginaciones; la figura de su cuadro, con su gallardía de continente; con su pelo negro, suelto y abundante; sus rasgados ojos tan negros como el pelo y el sedoso bigote; su boca risueña y su mirar dulce y profundo. ¿De dónde venía? ¿A qué iba allí?... No cabía duda: venía de su paraíso... y en busca de ella. ¿De qué otra parte podía venir, ni qué otra cosa, sino a ella, podía buscar en el salón con aquel modo de mirar tan suyo?... Ya la había encontrado. ¡La misma sonrisa de allá; la misma expresión de ansias bien satisfechas, en los ojos; el mismo andar que cuando iba hacia la roca blanquecina medio envuelta entre carrascas, hiedras y escaramujos!

Se aplaudía con entusiasmo a la cantatriz, y se pedían más vino y más canciones. Luego, a petición del doctor Chevirev, cantaba una bohemia entrada en años, de rostro enflaquecido y enormes ojos rasgados; aludía en sus cantos al ruiseñor, a las citas amorosas en el jardín, al amor juvenil y a los celos. Estaba embarazada de su sexto hijo.

Usáronse ojos rasgados Luego, y dieron en abrirlos Tanto, que de temerosos Se hicieron espantadizos. Las bocas chicas, entonces Eran de lo más valido, Y andaban por esas calles Todos los labios fruncidos.

Las rosadas ventanas de su graciosa nariz, aspiraban ávidamente la vida, y sus negros y rasgados ojos, parecían tan capaces de expulsar la melancolía como el gozo, tan fáciles para la ternura como para la tristeza. Su cutis tenía la frescura y el aterciopelado del albérchigo; su boca el carmín de la cereza; sus manos eran diminutas, blancas, mórbidas y venosas; sus pies minúsculos.

Es agraciada y simpática más que hermosa; la tez morena, los ojos rasgados y negros, lo más bonito de su rostro; la boca un poco grande, pero fresca con dentadura admirable. Está vestida de dama del tiempo de Luis XV, con una peluca blanca que le sienta a maravilla. No toma parte apenas en la conversación.

Su nariz es bien encantada y tornátil, así como la Giralda de Esbilia; sus ojos son algo rasgados, pero que cada uno será mayor que la bahía de Gadir; sus cejas son dos hermosas selvas de robles y jarales, y todos sus demás adherentes a este tenor. La muchacha quiere casarse, el Alafrit otro que tal, y tu imprevisión le ha llevado la sopa a la miel, el bocado a la boca.

La condesa de Trevia estaba en aquel instante bellísima; porque sus ojos grandes, rasgados, se cerraban blandamente con la expresión de un placer celestial; porque sus mejillas de rosa, acariciadas por las blancas y carnosas hojas de la magnolia, brillaban y temblaban de gozo; porque sus cabellos castaños, sedosos, le caían con cierto desorden sobre la frente; porque inclinaba la cabeza dejando ver el principio de una espalda de alabastro; porque estaba empinada graciosamente sobre la punta de sus pies inverosímiles.