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Dícenme que es muy elegante llevar así el cabello, largo y empastado, como una peluca natural, si caben juntos los dos términos. Para terminar el tocado se ponen una espesa capa de vaselina, a fin de que brille mucho el pelo, única cosa brillante en sus cerebros. Después, cuando van de visita, dejan en los respaldos de los sillones y almohadillas la huella de sus peinados.

Alborotábanse los peinados en el hueco de una puerta, en una encrucijada de corredores, al pasar de una banda a otra, dejando al descubierto los artificios y retoques de los añadidos, lo que las obligaba a preservar estos secretos capilares bajo un turbante de gasas.

Habíase vestido decentemente, sus cabellos, bien peinados y recogidos en una castaña, acreditaban el celo de Dolores, que era quien se había encargado de su tocado.

Guapa... que lo estaba; con sus cabellos de oro peinados por la doncella, y una capa de menjurgos de tocador que refrescaban, con llamativa juventud, su madurez de rubia carnosa. ¿Pero... elegante?... Llevaba un traje de seda clara, con los colores algo apagados y polvorientos; una pieza magnífica que había llegado á Bilbao desde un taller de la rue de la Paix cuatro años antes, cuando ella volvía ya la espalda á las vanidades del mundo.

Las muchachas contemplaban con asombro a la Marquesita y sus dos acompañantas, admirando sus pañolones floreados de la China, sus relucientes peinados. Los hombres se encogían modestamente ante el señorito, que les ofrecía una copa, mientras sus ojos se iban tras la botella que tenía en las manos. Después de hipócritas negativas, bebieron todos.

En aquella época, en que los peinados eran una epopeya de rulos y rellenos, Fernanda llevaba el suyo de una simpleza tal, que rayaba en la suma elegancia: sus cabellos, de un rubio mate, recogidos y sujetos por dos cintas de moirée celeste, iban a rematar en la más linda nuca de mujer.

Juan Felshammer lleva un traje muy limpio y cuidado: tiene una linda capa nueva, un poco entreabierta, que deja ver un flamante traje gris; sus cabellos, bien peinados, caen sobre el cuello; hasta se ha afeitado... Pero, a decir verdad, su mirada turbia, por la que pasan resplandores inquietantes, las bolsas bajo los ojos, el horrible color de las mejillas, son tristes síntomas en ese rostro, fresco y juvenil hasta hace poco.

Encantadora estaba Currita aquella noche con sus rojos pelitos peinados a la griega y una extraña toilette un poco abigarrada, muy propia del caprichoso tiempo de carnestolendas.

Delgada, más bien escuálida y mal vestida, parecía pasar bastante de los cincuenta. Sus cabellos mal peinados caían en grises mechones sobre su arrugado cuello; su rostro de cabra vieja, en que lucían dos brillantes ojos, tenían una expresión de maligna desvergüenza. ¿No me reconoce usted? insistió.

La alegría del campo, al verse libres de la mirada interrogante y severa de las mamas, convertíalas en niñas revoltosas, y a pesar de sus altos peinados, de sus faldas largas y ajustadas, correteaban, enseñando sus lindos pies y aleteando con sus enaguas como una bandada de pájaros.