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Hubiérase dicho que aquellas actitudes semejantes a las de una persona que marcha y tiene calor, refrescaban su memoria. Buscaba un nombre, una fecha, perdía y recobraba sin cesar el hilo enredado de un itinerario y se reía a carcajadas cuando la confusión de su relato era tan grande que se veía obligada a pedir ayuda a la clara y firme memoria de Julia.

Continuaba hacia el Norte el férreo rodar de las masas armadas. Desnoyers vió un tren de heridos procedentes de los combates de Flandes y Lorena. Los uniformes de fatigada suciedad se refrescaban con la blancura de los vendajes que sostenían los miembros doloridos ó defendían las cabezas rotas.

Esta fué solamente nominal, pues ni dejó hombres, ni hizo nada de lo que constituye la material posesión; continuando los naturales en sus usos, costumbres y religión, si bien es verdad existen verídicos testimonios en que se acredita que las naos que recorrían el Pacífico, refrescaban aguada y se hacían de algunos víveres en las islas de los Ladrones.

Se parecían también en el carro un venerable escudero, que sostenía el quitasol de raso amarillo, bordado de oro, dando sombra al rey y siendo símbolo e insignia de su poder soberano; y dos pajecillos, muy graciosos y compuestos, que oseaban las moscas y movían y refrescaban el aire que circundaba a la persona regia, agitando grandes abanicos, uno de pintadas plumas de pavo real, y otro de plumas de avestruz blancas como la leche.

Guapa... que lo estaba; con sus cabellos de oro peinados por la doncella, y una capa de menjurgos de tocador que refrescaban, con llamativa juventud, su madurez de rubia carnosa. ¿Pero... elegante?... Llevaba un traje de seda clara, con los colores algo apagados y polvorientos; una pieza magnífica que había llegado á Bilbao desde un taller de la rue de la Paix cuatro años antes, cuando ella volvía ya la espalda á las vanidades del mundo.

El resto de la mañana lo pasaba en un «boudoir» en que el mobiliario era de porcelana fina de Dresde, y la profusión de flores hacían de él un verdadero jardín de Armida; allí, reclinado sobre cojines de seda color perla, saboreaba el «Diario de las Noticias», mientras lindas mujeres, vestidas a la japonesa, refrescaban el aire, agitando abanicos de plumas.