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Las personas que había en la sala guardaban triste silencio. Don Mariano, reclinado en un sofá, con la mejilla apoyada en una mano, cerraba los ojos, dando señales de profundo abatimiento. Después que el cura hubo terminado, volvieron a entrar Marta, María, Ricardo y don Máximo. El estado de doña Gertrudis iba siendo cada vez más grave.

Uno tiene puesta la nuca en el borde del diván y los pies en una butaca, otro se retuerce con la mano izquierda el bigote y con la derecha se acaricia una pantorrilla por debajo del pantalón; quién se mantiene reclinado con los brazos en cruz; quién se digna apoyar la suela de sus primorosas botas en el rojo terciopelo de las sillas.

Un calor sofocante y una atmósfera insoportable, como el ruido, las maldiciones, el sarcasmo, la eterna pelea con el banquero que iba más aprisa a medida que veía a sus parroquianos más en punto... y yo reclinado en mi pilar, preguntándome qué hacía entre aquel mundo, verdadero sabat moderno y tanteándome para persuadirme que no soñaba.

El coche del general estaba en la puerta, reclinado el lacayo contra el quicio, tieso el cochero en el pescante con la fusta enarbolada.

¡Buen día...! ¡Superior, hija, superior! exclamaba Cirilo después de comer, reclinado cómodamente en una butaca y saboreando una taza de café al par que chupaba un fragante tabaco de la caja que el día antes le había regalado Reynoso. ¿Te has divertido? ¿Has estado a gusto con tu mujercita? le respondía Visita, que también tomaba café sentada a su lado en una sillita baja.

Al abrir la puerta de mi antecámara vimos a Federico de Tarlein, vestido y reclinado en el sofá. Parecía haber dormido, pero nuestra entrada lo despertó. Incorporándose vivamente me dirigió una mirada y con un grito de alegría se arrodilló a mis pies. ¡Gracias a Dios, señor, que os veo sano y salvo! exclamó, procurando asir mi mano. Confieso que me sentí conmovido.

«Gozo, gozo con haber ultrajado a un hombre como usted. Todavía dijo Botín haciendo esfuerzos para reír, y golpeándose con el bastón el pie bonito , todavía tiene usted algo que agradecerme. Puede usted llevarse todo lo del niño. Mi hijo no necesita nada». Isidora corrió hacia adentro. En la cocina, Mariano dormía, reclinado sobre la mesa.

Durante el camino, reclinado en los cojines del coche, fue componiendo en su mente dramático discurso, con el cual contaba conmover el corazón del monarca. Ensayaba la mímica y la voz, trocaba un vocablo por otro, rehacía toda una frase y, lleno de confianza, cumplimentábase a mismo por el hallazgo de un epíteto más culto o de un hipérbaton más elegante.

La alborada clareó detrás de las persianas y me encontré reclinado en un diván, exhausto y semidesnudo, sintiendo el cuerpo y el alma desvanecerse, disolverse en aquel ambiente tibio donde erraba un olor suave de polvos de arroz, de hembras y de punch.

Aquella noche, mientras Mariskoff, en el fondo de las salas, jugaba con tres oficiales de la embajada su «whist» sacramental, y Camilloff, reclinado en el sofá, con los brazos cruzados, solemne como en una poltrona del Congreso de Viena, dormía con la boca abierta, ella se sentó al piano.