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De vez en cuando, en los cortos intervalos de silencio levantaba graciosamente la cabeza, preguntándome: ¿Va V. a gusto conmigo? ¿Le estorbo? Y cuando me oía protestar vivamente contra semejante duda, su rostro expresivo se iluminaba de alegría y continuaba hablando. Habíamos recorrido algunas calles.

No hice ninguna pregunta y la seguí dócilmente, preguntándome dónde me llevaba. ¿Era al convento para hacerme reflexionar sobre el matrimonio? ¿Era a la cárcel, para castigar mi falta de vocación espontánea?... No era, por fortuna, a ninguno de los dos sitios, sino sencillamente a casa de su director y amigo, el señor canónigo Tomás, profesor del Colegio Libre.

Ya están las niñas con cada ojo... dijo doña María observando que sus hijas atendían a la planteada discusión con demasiado interés . Niñas, dejad a los hombres que debatan estas cosas tan intrincadas. Ellos se sabrán lo que se dicen. No abrir tales ojazos, y miren los cuadros y las pinturas del techo, o hablen conmigo, preguntándome si se me alivia el dolor del hombro.

Un calor sofocante y una atmósfera insoportable, como el ruido, las maldiciones, el sarcasmo, la eterna pelea con el banquero que iba más aprisa a medida que veía a sus parroquianos más en punto... y yo reclinado en mi pilar, preguntándome qué hacía entre aquel mundo, verdadero sabat moderno y tanteándome para persuadirme que no soñaba.

La niña, sin decir nada, volvió a tomar mi brazo. Caminamos un buen pedazo en silencio. Yo iba pensando ansiosamente en lo que iba a decir y en lo que iba a hacer, sobre todo en lo que iba a hacer. Al fin, Teresa lo rompió, preguntándome resueltamente: ¿No me dijo V. por carta que me quería? ¡Pues ya lo creo que la quiero a V.!

Al fin, Teresa lo rompió, preguntándome resueltamente: ¿No me dijo V. por carta que me quería? ¡Pues ya lo creo que la quiero á V.! ¿Entonces, por qué ha dejado de venir á verme y de pasar por la calle de día? Porque temía que su mamá... Ha sido un susto bien agradable. Momento de pausa, en el cual me acudió á la mente un tropel de pensamientos que todavía me avergüenzan.

La idea de la evasión le obsesionaba; gracias a aquella idea fija podía estar tranquilo. Yo comenzaba a acostumbrarme a la vida del pontón. La posibilidad de quedar en el pantano para servir de pasto a los cuervos no me seducía. Ugarte estaba enfermo, irritado por los castigos, y me excitaba preguntándome si es que tenía miedo.

Sentóse el escribano en un poyo, para escrebir el inventario, preguntándome qué tenía. "Señores, dije yo, lo que este mi amo tiene, según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado." "Bien está, dicen ellos. Por poco que eso valga hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso?", me preguntaron. "En su tierra", les respondí.

Por cierto que me contestó severamente, preguntándome si no creía que eran bastantes las cien recomendaciones que todos los días recibía, para que un sobrino viniese también a concluir con su paciencia. No le di cuenta, por supuesto, a D. Sabino de esta carta. El coloquio de la noche siguiente, si no tan prolongado, no fue menos dulce para que el de la anterior.

Don Rodrigo... afortunadamente la herida, según dicen los médicos, es limpia y no ha tocado á ninguna parte peligrosa; un dedo más acá ó más allá y no tenemos hombre; pero ha faltado un dedo... y don Rodrigo vivirá. Ayer estuvo hablando conmigo largamente, preguntándome y dándome órdenes y consejos. Dentro de algunos días don Rodrigo dejará el lecho, y todo irá bien. ¿Y el duque de Lerma?