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Actualizado: 23 de julio de 2025
Muchas gorras habían quedado abandonadas en las perchas del antecomedor. Las cabezas erguíanse descubiertas sobre el albo triángulo de las pecheras, brillando al pasar junto a los reverberos con reflejos de laca negra. Ni el más leve soplo de brisa desordenaba la armonía de los peinados femeninos.
Frente a la señora, reclinado en una butaca igual, estaba el general Patiño, conde de Morillejo. Hállase entre los cincuenta y sesenta, pero conserva en sus ojos el fuego de la juventud; sus cabellos grises están esmeradamente peinados, los largos bigotes a lo Víctor Manuel, la perilla apuntada, la nariz aguileña le dan un aspecto simpático y gallardo. Es el tipo perfecto del veterano aristócrata.
Un brazalete de oro brillaba á continuación de una mano del conde puesta sobre la mesa. Era el más viejo de todos y el único que conservaba sus cabellos, de un rubio obscuro y canoso, peinados cuidadosamente y brillantes de pomada. Próximo á los cincuenta años, mantenía un vigor femenil, cultivado por los ejercicios violentos.
En medio de la confusión pocos habían notado la presencia de la extranjera. Era ésta una joven de veinte años apenas; cabellos de un rubio azafranado, cortos, peinados como los de un hombre; ojos claros y mirada fría; estatura más bien pequeña: estaba vestida de negro de pies a cabeza.
Sus densos, brillantes y sedosos cabellos estaban peinados en largos rizos, en una manera de teatro, contra la moda de aquellos tiempos; estos rizos, de un tono obscuro, ceñidos en la frente por una corona de rosas de brillantes, formaban un marco hechicero al rostro de Dorotea, contrastando con su blancura, que la palidez había llevado hasta el último punto del blanco en la tez de la mujer.
Esta trajo las pelucas blancas, los peinados complicados é hiperbólicos; y con el artificio de estos peinados se creó el peluquero de las damas, hombre gracioso que entraba en todos los tocadores, y era tercero en toda intriguilla de amor. Ningún siglo ha visto, como el décimoctavo, la astucia sirviendo al amor.
Era una señora bajita también, pero bien proporcionada, de tez pálida, ojos claros y facciones regulares. Sus cabellos rubios, donde brillaban muchas hebras de plata, estaban peinados formando un número considerable de ondas o rizos pegados a la frente con goma. Su traje era un poco extravagante, o por lo menos impropio de una señora de su edad, pues frisaría ya en los sesenta.
Aquella belleza pálida y severa, de facciones regulares, de austera sencillez y de aspecto modesto y digno, era para él una novedad comparada con las muñecas de caritas sonrosadas y peinados estrepitosos, con aspecto atrevido o lánguido que había tratado hasta entonces y entre las cuales estaba comprendida irreverentemente la pobre Juana con su encanto de linda rubia.
Vestían como solían hacerlo en su casa, y había que fijarse mucho para darse cuenta de un pequeño desorden en su aspecto exterior, desorden contra el cual Chevirev no podía hacer nada. Llevaban los cabellos, por lo general, bien peinados.
En el tendido de sombra, el graderío circular era un escalonamiento de sombreros blancos que bajaba hasta la barrera. Algunas capotas cargadas de flores o relucientes peinados, destacándose sobre los pañolones de Manila, rompían la monotonía de las hileras de puntos blancos.
Palabra del Dia
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