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Esto no lo sabrá nunca un poca-cosa, un pisa-hormigas que me está predicando tres horas porque puse o no puse siete garbanzos más en el cocido; esto no lo entiende quien no ve más allá de su sueldo mezquino, y está temblando de que le den una cruz por no comprar las insignias; quien no quiere ser gobernador de una provincia; quien se opone a que el aguador me suba dos cubas más de agua, porque, según él, con mojarse el palmito ya basta; quien sostiene que no necesito más que diez y ocho varas de tela para un vestido, y me recomienda que adorne los sombreros de los niños con cinta damascada de la que usan los licenciados del ejército para colgarse el canuto; quien sostiene que el pelo de cabra es más bonito que el gro, y llama cargazón a las capotas sólo porque no son baratas; quien no me deja arreglar la bata con cintas otomanas y se atrevió a proponerme que utilizara las cintas amarillas de los mazos de cigarros del primo Agustín...».

El pueblo ha aceptado el oscuro de las capas, imponiendo el rojo de las vueltas; ha consentido las capotas, conservando las mantillas y los pañuelos chillones para la cabeza; ha transigido con los gabanes y aun con el polisón, a cambio de las toquillas de gama clara, en que domina el celeste, el rosa y el amarillo de Nápoles.

En el tendido de sombra, el graderío circular era un escalonamiento de sombreros blancos que bajaba hasta la barrera. Algunas capotas cargadas de flores o relucientes peinados, destacándose sobre los pañolones de Manila, rompían la monotonía de las hileras de puntos blancos.

De repente, a la altura de la Casa de la Moneda, paráronse los paseantes, agrupándose bajo los árboles, y los coches moderaron su carrera, llamándose a derecha e izquierda para dejar una calle en medio... Por ella se adelantaba al trote largo un magnífico landó de Binder, caídas a uno y otro lado las capotas de chagrín finísimo, arrastrado por dos soberbios bayos oscuros, dos steppers de grande alzada y poderoso trote que la mano férrea de Tom Sickles manejaba tan fácilmente como movía el viento los ramos de lilas y claveles que lucían los nobles brutos en las brillantes frontaleras.