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Actualizado: 20 de mayo de 2025


Pero aquí se ven latir las sienes y se siente correr la sangre bajo esa piel bronceada. La pérdida de este trabajo hubiera sido para una calamidad irreparable. Está destinado á la iglesia de San Remo y esta tarde fuí con mi hija para ver si ajustaba bien en el marco de piedra que allí lo espera. Me demoré más de lo que esperaba, cerró la noche y ya sabéis lo que sucedió después.

Me presenté en la ventana, y noté en una barca, que se estacionaba cerca del puente, á la señorita Margarita, alzando con una mano el ala de su gran sombrero de paja bronceada y levantando los ojos hacia mi obscura torre. Aquí me tiene, señorita respondí con diligencia. Venga á pasear.

El Capellanet enseñó los nítidos dientes en la obscuridad de su cara bronceada. Sonrió el pillete, satisfecho de esta inocente complicidad, y quiso aprovecharse de ella, hablando al señor con atrevida confianza. ¿De veras que pediría para él, al siñó Pep, el cuchillo del abuelo? ¡Ay, el gabinet del güelo! Estaba siempre presente en su memoria.

Cada vez que el cuerpo de Lucía entraba en la zona luminosa, despedían áureo destello los botones de cincelado metal, encendiéndose sobre el paño marrón del levitín, y se entreveía, a trechos de la revuelta falda, orlada de menudo volante a pliegues, algo del encaje de las enaguas, y el primoroso zapato de bronceada piel, con curvo tacón.

De pie en el castillo de proa un hombre de alta estatura, facciones enérgicas, piel bronceada y vestido a la europea, examinaba atentamente la costa australiana con un poderoso anteojo. Podría tener unos cuarenta años, y parecía ser el comandante de aquella tripulación de chinos.

Aquel hombre fuerte, que no lloraba jamás en el teatro por ser cosa propia de las gentes del pueblo; aquel gentleman de frente bronceada, que había enterrado a sus padres con la impasibilidad más serena, lloró la mutilación de su bella persona, y se bañó en lágrimas de egoísmo.

Por en el bosque venceré las fieras; Por el furor arrostraré de Marte; Y el rey de las praderas, Cuya bronceada frente Arma ostenta terrible, que figura De nueva luna el disco refulgente, De mi garrocha dura Sentirá en la cerviz la picadura.

La tez bronceada de los Moxos, no tan subida como la de los Chiquitos y de los Chapacuras, tira un poco al amarillo; sin embargo, es tan poco marcada la diferencia, que solamente puede notarse comparando un gran número de individuos juntos. Su estatura, mayor que la de los Chapacuras, es de cinco piés y seis pulgadas; pero tomado un término medio, queda reducida á cinco piés y dos pulgadas.

Tres campanitas colgadas bajo un tinglado de nipa, un centenar de casas tendidas en una colina, media docena de sucios y adormecidos chinos descansando entre los diversos géneros de su especial comercio, tal cual cara bronceada y desaseada asomada á los tapancos viéndonos pasar, con la indiferencia propia de aquella raza, nos indicaron encontrarnos en Quipia. Este pueblo se formó el año 1649.

Llegaría bien a los treinta y cinco años. El tipo de su rostro extremadamente original. La tez, morena bronceada; los ojos azules; los cabellos de un rubio ceniciento. Pocas veces se ve tan extraña mezcla de razas opuestas en un semblante. Si a alguna se inclinaba era a la italiana, donde tal que otra, suele aparecer esta clase de figuras que semejan ladies inglesas cocidas por el sol de Nápoles.

Palabra del Dia

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