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Y como todo esto, en concepto del ventrudo patrón, era una deshonra para su establecimiento, al escuchar las murmuraciones de las comadres volvía á enfurecerse, amenazando con su cuchilla al tímido criado, ó increpaba al tío Tomba para que corrigiese al pillete de su nieto.

Gallardo recordaba confusamente haberla visto en su infancia en el paseo de las Delicias sentada al lado de su madre y cubierta de rizadas blancuras, como las muñecas lujosas de los escaparates, mientras él, mísero pillete, saltaba entre las ruedas del carruaje buscando colillas de cigarro.

Lo decía con una firmeza que inspiraba espanto, y a continuación enternecíase ante su hijo, el travieso Barrabás. Cuando éste cometía una de las suyas, el viejo animal de guerra limitábase a fruncir el entrecejo, a agitar las manazas, gritando con voz ronca: «¡Mira que te doy!...» Y el pillete reía, sabiendo que nunca llegaba a darle.

Pepita se asusta y se escandaliza de esta improvisada fortuna, pero yo le digo que no sea tonta: si su hermano es y había de ser de todos modos un pillete, ¿no es mejor que lo sea con buena estrella? Así pudiéramos seguir extractando si no temiésemos fatigar a los lectores. Concluiremos, pues, copiando un poco de una de las últimas cartas.

Clasificando estaba unas chapas de cobre, cuando asomó Pipa la cabeza dentro de la tienda. ¿Qué traes , pillete? le interrogó, mirándole por encima de las gafas. Esto contestó lacónicamente Pipa, depositando el género sobre una mesa. El mercader de estopas y de cobre lo miró un instante como para evaluarlo, y sacó del bolsillo, con mano torpe y perezosa, media peseta que dió al raquero.

Extraño me parece que una persona de la posición, de la gravedad y de los conocimientos de usted se deleite rebajándose y dando conversación, durante horas enteras, a dos mujeres tan ordinarias y tan poco edificantes como las Juanas; pero más extraño es todavía que no sea la conversación de usted y su tertulia con ellas solas, sino que haya usted tenido casi siempre por contertulio a Antoñuelo, el hijo del herrador, el más pillete y el más zafio de todos los mozos de este lugar. ¡Singular tertulia! ¡Buen par de parejas estaban ustedes!

Y al decir esto, señalaba a un pillete mandadero, inmóvil a corta distancia, con un capón gordo y lustroso en los brazos. Doña Manuela avanzó el labio superior en señal de desprecio. ¡Valiente compra! ¿Y eso es para todas las Pascuas? No te arruinarás... ni llenarás mucho el estómago. No todos son tan ricos como , marquesa, ni pueden ir a la compra con un par de criados.

Aproximábase al Colegio Imperial, cuando un vil pillete que rasguñaba una destemplada guitarra se le puso delante, cortándole el paso, y con voz que más tenía de infernal que de humana, cantó esta copla: ¡Muera Cristo, viva Luzbel! ¡Muera D. Carlos, viva Isabel! Apartó suavemente el jesuita al cantor y siguió adelante.

Todo cuanto había hecho en la semana lo contó puntualísimamente; pero ninguna parte de aquella Odisea de travesuras causó tan penoso efecto en el alma de la señorita de Rufete como estas palabras: «Estuve en casa de mi tía Encarnación, ¿sabes?..., y mi tía Encarnación y la tía Palo con ojos comían juntas; y tía Encarnación me dijo: «Anda, pillete, anda con tu hermana a que te de comer y te vista de señorito, pues bien puede hacerlo». Entonces mi tía Encarnación y la tía Palo con ojos se pusieron a hablar de ti, y mi tía Encarnación dijo que tienes un novio marqués que te da mucho dinero».

Atareada todo el día en fregar pisos de casas ajenas, sólo de tarde en tarde podía ocuparse de su hijo, yendo a la tienda del maestro para enterarse de los progresos del aprendiz. Cuando volvía de la zapatería bufaba de coraje, proponiéndose los más estupendos castigos que corrigiesen al pillete. La mayor parte de los días no se presentaba en la tienda.