United States or Ghana ? Vote for the TOP Country of the Week !


Aproximábase al Colegio Imperial, cuando un vil pillete que rasguñaba una destemplada guitarra se le puso delante, cortándole el paso, y con voz que más tenía de infernal que de humana, cantó esta copla: ¡Muera Cristo, viva Luzbel! ¡Muera D. Carlos, viva Isabel! Apartó suavemente el jesuita al cantor y siguió adelante.

Además, éste tenía mujer, tenía hijos, que verían con malos ojos la intrusión de una pareja de hambrientos. En su optimismo, creía que la suerte iba a cambiar, cansada de perseguirle. Aproximábase el invierno: volverían a Madrid las gentes que podían protegerle; no era difícil conseguir que lo encargasen una serie de artículos, una larga traducción, un libro para firmarlo otro.

El «santo» veía el incesante trabajo de Feli; adivinaba, por sus ojeadas a la cocina, la penuria de los jóvenes; oía desde su cama los diálogos de la pareja discutiendo los apuros del día siguiente. Cuando Isidro se ausentaba, aproximábase él a Feli con cierta cortedad, dejando sobre el montón de corsés lo que encontraba en sus bolsillos.

El viejo no pudo callar más tiempo. ¿Tampoco fumaba?... Ahora comprendía el asombro de ciertas gentes. Un hombre de tan pocas necesidades metía tanto miedo como un ánima del otro mundo. Y mientras Salvatierra aproximábase a la lumbre, que comenzaba a crepitar con alegre llama, el aperador salió de la cocina. Poco después volvió, llevando al brazo su capote de monte.

La muchedumbre estaba inmóvil, en un silencio de terror. Aproximábase en loco galope y entre nubes de polvo todo el grupo de acosadores, agrandándose los jinetes al compás de los saltos. El auxilio iba a llegar tarde. Escarbaba el toro el suelo con sus patas delanteras, bajaba el testuz para acometer a la figurilla audaz que seguía amenazándole con la lanza. Una simple cornada, y desaparecía.

Veía las casas al través de densa niebla; las personas y los carruajes pasaban junto a él como fantasmas, sin ruido alguno. No pensaba: creía tener hueca la cavidad de su cráneo; le zumbaban las sienes. Su lengua repetía por lo bajo, con una tenacidad estúpida: ¡Despedazada... despedazada! Poco a poco su pensamiento, que parecía haber huido lejos, muy lejos, aproximábase, volvía a entrar en él.

Vamos pensó, la novela ha concluido y comienza el idilio. Aproximábase el fin de la señora de Raynal, y esta vez nada podía ya retardarle. Después de unas cuantas semanas de respiro y de esperanza, último resplandor de la lámpara próxima a extinguirse, la enfermedad, contenida un instante, llegaba ahora a marchas dobles. Consultas, remedios, cuidados y oraciones, todo fue inútil.