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Hemos brindado juntas muchos <i>paternoster</i>, a modo de copas de vino, en esta iglesia del Carmen y en obsequio de nuestros respectivos difuntos. Señora más enseñorada no la hay en todo Cádiz. En generosidad no, pero en principalidad se monta por encima de cuanta gente conozco, que es medio mundo.

La libertad colombiana no tuvo en ninguna parte enemigos tan implacables como en Cadiz, residencia de la famosa compañía que tuvo el monopolio del comercio entre Europa y varias colonias hispano-colombianas.

El mar, como un lago azul, se rizaba apenas por el viento; en los barcos comenzaban a brillar las luces, y en el puerto resplandecía una fila de faroles; el cielo de otoño, un cielo azul y rosa, sin una nube, iba obscureciendo. Las luces de San Fernando comenzaban a reflejarse en el agua, y la esfera del reloj del Ayuntamiento de Cádiz se iluminaba y se destacaba en el cielo pálido.

Es que el gobierno no es la obra de los gobernantes, sino de las instituciones y los pueblos. Mas adelante tendré ocasion de hacer ciertas observaciones importantes de este género, pues Madrid, Málaga, Cádiz y Santander me suministraron la ocasion, como Valencia.

Además de esto, las casas importadoras de Cádiz, Cuesta y Rubio, anunciaban dos remesas considerables que estaban ya en camino.

En el gran puerto de Cádiz numerosos barcos de todos portes cabeceaban furiosamente á impulso del oleaje. Sonaban las cadenas, crujían las maromas y todo parecía á punto de estallar. Algunos farolillos sujetos á las vergas lucían con vivos movimientos en la oscuridad como estrellas filantes.

Yo insinué varias veces, hablando con doña Celestina, después de comunicarle lo que le ocurría a la muchacha, que debía dar cuenta a su hijo de lo que pasaba con la Shele; pero comprendí que era inútil y que estando en su mano no había de hacer nada con ese fin. Sabía que Juan de Aguirre navegaba en la derrota de Cádiz a Filipinas, pero ni la Shele ni yo pudimos averiguar en qué barco.

Pero existe en Cádiz una antigua y opulenta familia comercial que sirvió como ninguna para enredar más la madeja social.

Salí con la vieja, y al pasar por la muralla deteníame para ver los barcos; mas no me era posible entregarme a las delicias de aquel espectáculo, por tener que contestar a las mil preguntas de Doña Flora, que ya me tenía mareado. Durante el paseo se le unieron algunos jóvenes y señores mayores. Parecían muy encopetados, y eran las personas a la moda en Cádiz, todos muy discretos y elegantes.

No eran muchas las personas que vestían de aquella manera en Cádiz, y pensando después en la diferencia que había entre aquellos arreos y los ordinarios de la gente que yo había visto siempre, comprendí que consistía en que éstos vestían a la española, y los amigos de Doña Flora conforme a la moda de Madrid y de París.