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Hacía ya más de 30 minutos que se encontraban en marcha, cuando atravesaban con bastante velocidad un puente muy largo, y sin baranda, en el medio del cual la cigüeña sufrió un choque terrible; todos cayeron unos encima de otros, y el que guiaba la máquina lanzaba lastimeros ayes; la cigüeña se había detenido en su marcha.

17 de marzo de 1814. Se encuentra refugiada en mi casa mi hija Cecilia, que ha venido huyendo del Franco-Condado; el día 9 de marzo alumbró entre el tronar de los cañones y los gritos lastimeros de los heridos. Por todas partes hay soldados; estamos abrumados de gentes a quienes alimentar; tenemos un general en casa, y damos de comer a los que le acompañan, en número de veintiocho.

Algunas personas mayores contemplaban este regocijo con ojos lastimeros. «Ciega inocencia, desconocedora del peligro... ¡Siempre que aquella marejada no fuese en aumento!...» Muchos pasajeros no se atrevían a moverse de sus sillones y permanecían con la frente en una mano, pálidos, los ojos cerrados, cual si les hubiese acometido de pronto el sueño.

Poco tiempo iba transcurrido desde la severa reprimenda, cuando una tarde, mientras Julián leía tranquilamente la Guía de Pecadores, sintió entrar a Sabel y notó, sin levantar la cabeza, que algo arreglaba en el cuarto. De pronto oyó un golpe, como caída de persona contra algún mueble, y vio a la moza recostada en la cama, despidiendo lastimeros ayes y hondos suspiros.

Dejose caer en un sillón y se inclinó de un lado con muestras de intensísimo dolor. Acudió a él su amante esposa, muy asustada de verle así y de oír los ayes lastimeros que de sus labios se escapaban, junto con una expresión fea que se perdona fácilmente a los hombres que padecen. «¿Qué tienes, nenito?». El Delfín se oprimía con la mano el costado izquierdo.

La condesa, durante aquella escena, había seguido con los ojos desmesuradamente abiertos los movimientos del aya. Después de sentada ésta, siguió inmóvil, teniendo cogida con una mano la punta de la servilleta en ademán de llevarla á la boca para limpiarse. Los gritos de la niña, aunque amortiguados por la distancia y el obstáculo de la puerta, comenzaron á sonar agudos y lastimeros.

Y sin pérdida de tiempo se introdujo en el palomar. ¡Desdichado! La traición le acechaba. Apenas puso allí la planta, un pesado garrote con furia manejado le hizo pagar cara su osadía. El criminal comenzó a arrastrarse por el suelo dando mayidos bien lastimeros. Su feroz agresor le contempló estupefacto con ojos extraviados, los brazos caídos y respirando anhelante.

Antoñuelo sentía agudos dolores; no formulaba palabra alguna, pero lanzaba gemidos lastimeros. Don Paco se apresuró a salir de allí, volviendo cuanto antes al lugar con el libertado y el vencido. La poderosa mula de don Ramón, aparejada aún con muy cómoda y ancha albarda, se hallaba en un corralejo o pequeño cercado contiguo a la casilla.

El Fidel comenzó a recorrer el salón con la cola agitada, oliendo en todas partes: luego salió como un torbellino, recorriendo los pasillos, entrando en las habitaciones, buscando, olfateando. Entró de nuevo, miró a Tristán, dejando escapar quejidos lastimeros, se fue a la puerta de la calle, volvió y repitió varias veces esta maniobra. El pobre animal buscaba a su ama.

En tanto los asesinos se difundieron por los inmensos claustros del vasto edificio. Oíanse pasos precipitados y ayes lastimeros en lo alto violentos golpes de puertas que se cerraban. Era jueves, y los colegiales externos estaban en sus casas. Muchos jovenzuelos internos fueron acometidos.