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Si quieres conservar a la mujer, no la cedas a nadie; defiéndela de todo agresor, con las armas en la mano, sin retroceder ante los peligros, ante la muerte misma. Créeme, las mujeres saben apreciar tal suerte de heroísmo. Y ten en cuenta que las mujeres no traicionan sino a quienes las han traicionado antes. MARCIO. ¿Pero cómo podemos reñir con ellos? ¡Están armados, y nosotros estamos inermes!

No había intentado saber quién fuese el agresor. Eran muchos los rivales, y además había que tener en cuenta a sus padres, tíos y hermanos, casi la cuarta parte de la isla, prontos a mezclarse por la honra de la familia en una guerra de venganzas. Pienso decía Pepet que el Ferrer no es tan valiente como dicen. ¿Y usted qué cree, don Jaime?...

Hasta el encargado del horno dejó quemarse una fila de panes para ayudar a contenerle, y nadie pensaba sujetar al agresor, convencidos todos de que el infeliz no había de pasar de su primer arrebato. Apareció el dueño del horno. ¡Qué oído el de aquel tío! Le habían despertado los gritos y el pataleo, y allí estaba, casi en paños menores.

Recogí el sombrero, me lo puse, y volví a alzar la cabeza y a remitir otra sonrisa, acompañada esta vez de un ligero saludo. Pero mi agresor seguía inmóvil y aterrado sin darse cuenta ni poder explicarse las amables disposiciones en que su víctima se hallaba.

Satisfecho ya el capricho, dejé la calle de las Infantas, y me fui a casa de un amigo. Mas al día siguiente, fuese casualidad o premeditación, aunque es muy probable lo último, acerté a pasar por el mismo sitio a la misma hora. Mi gentil agresor, que estaba de bruces sobre la barandilla del balcón, se puso encarnado hasta las orejas así que pudo distinguirme, y se retiró antes de que pasase por delante de la casa. Como V. puede suponer, esto lejos de hacerme desistir, me animó a quedarme petrificado en la esquina de la primer boca-calle, en contemplación estática. No pasaron cuatro minutos sin que viese asomar una naricita nacarada, que se retiró al momento velozmente, volvió a asomarse a los dos minutos y volvió a retirarse, asomose al minuto otra vez y se retiró de nuevo. Cuando se cansó de tales maniobras, se asomó por entero y me miró fijamente por un buen rato, cual si tratase de demostrar que no me tenía miedo alguno. Entonces se generalizó por entrambas partes un fuego graneado de miradas, acompañado por lo que a respecta de una multitud de sonrisas, saludos y otros proyectiles mortíferos, que debieron causar notables estragos en el enemigo.

Luego que el agresor publicó la muerte de su corregidor y demas que le acompañaban, entraron los sediciosos en su casa, saquearon cuanto en ella habia, y durante la noche cometieron muchos excesos y desórdenes en la poblacion y sus inmediaciones, como en la hacienda de Salo, donde, alentados los indios con el ejemplo de Tupiza, conspiraron contra su dueño, D. Salvador Paxsi, á quien cortaron la cabeza y se apoderaron de los cuantiosos bienes que poseia: por cuyo medio y otros de igual naturaleza, se desembarazó Laso de los sugetos que podian causarle sugecion, y libre ya de este obstáculo, pensó solo en asegurarse el dominio que se habia propuesto.

El arma moderna que sólo emite un proyectil en cada disparo les parecía insuficiente, y sobre el cartucho añadían un puñado de pólvora y otro de balas, atacándolo todo fuertemente. Si el arma no reventaba en sus manos, el agresor estaba seguro de hacer polvo a su contrario. Los cortejos duraban meses y años.

A su vez, el caimán suele ser sorprendido en sus siestas de la playa por los tigres y pumas de los bosques vecinos. Entonces se traba una lucha admirable, como aquellas que los romanos, los hombres que han gozado más sobre la tierra, contemplaban en sus circos. El caimán es generalmente vencedor, pues su piel paquidérmica lo hace invulnerable a la garra y al diente agresor.

Para todo corazón bien puesto, la duda no puede ser de larga duración: y el mismo juez que con la ley en la mano sentencia a pena capital al desafiado indistintamente o al agresor, deja acaso la pluma para tomar la espada en desagravio de una ofensa personal.

Cuyas espresiones, oidas por uno de los indios que le acompañaban, dispuso la honda en accion de despedir la piedra contra él; lo que advertido por Alonso Mesias, cabo de su propio cuerpo, arrancó una pistola, y con la bala atravesó el pecho del agresor, antes que acabase de poner en práctica su comenzado intento.