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¿Qué estará rumiando este zorro? cavilaba el señorito . Sin alguna no escapamos. ¡No, pues como se desmande! Me coge hoy en punto de caramelo. Subió don Pedro a su habitación y volvió con la escopeta al hombro. Julián le miraba sorprendido de que tomase el arma yendo de viaje. De pronto el capellán recordó algo también y se dirigió a la cocina. ¡Sabel! gritó . ¡Sabel! ¿Dónde está el niño, mujer?

Poco tiempo iba transcurrido desde la severa reprimenda, cuando una tarde, mientras Julián leía tranquilamente la Guía de Pecadores, sintió entrar a Sabel y notó, sin levantar la cabeza, que algo arreglaba en el cuarto. De pronto oyó un golpe, como caída de persona contra algún mueble, y vio a la moza recostada en la cama, despidiendo lastimeros ayes y hondos suspiros.

¿No oyes lo que te dice el señorito? preguntó sosegadamente el padre a la hija. Oi-go, siii-see-ñoor, oi-go-tartamudeó la moza, comiéndose los sollozos. Pues a hacer la cena en seguida. Voy a ver si volvieron ya las otras muchachas para que te ayuden. La Sabia está ahí fuera: te puede encender la lumbre. Sabel no replicó más. Remangóse la camisa y bajó de la espetera una sartén.

Lo cierto es que la familia espuria se mostraba por entonces incomparablemente humilde: a Primitivo no se le encontraba sino llamándole cuando hacía falta; Sabel se eclipsaba apenas dejaba la comida puesta a la lumbre y confiada al cuidado de las mozas de fregadero; el chiquillo parecía haberse evaporado.

Además, revolvía la cómoda de Julián, deshacía la cama brincando encima, y un día llegó al extremo de prender fuego a las botas de su profesor, llenándolas de fósforos encendidos. Bien aguantaría Julián estas diabluras con la esperanza de sacar algo en limpio de semejante hereje; pero se complicaron con otra cosa bastante más desagradable: las idas y venidas frecuentes de Sabel por su habitación.

Por supuesto... respondió Primitivo con la mayor naturalidad del mundo . Allá en la vila guísase de otro modo.... Los señores tienen la boca acostumbrada.... Cuadra bien, que yo también le iba a pedir que le escribiese al señor marqués de traer quien cocinase. ¿Usted? exclamó Julián, estupefacto. , señor.... La hija se me quiere casar.... ¿Sabel?

Descartarse de la hija lo tenía él por importante; en cuanto al padre.... Verdad es que la hija no se marchaba tampoco; pero se marcharía, ¡no faltaba más! ¿Quién duda que se marcharía? Tranquilizaba a Julián una señal en su concepto infalible: el haber sorprendido cierto anochecer, cerca del pajar, a Sabel y al gallardo gaitero entretenidos en coloquios más dulces que edificantes.

Julián se apresuró a ponerse el levitín, murmurando: Otra vez haga el favor de dar dos golpes en la puerta antes de entrar.... Conforme estoy a pie, pudo cuadrar que estuviese en la cama todavía... o vistiéndome. Miróle Sabel de hito en hito, sin turbarse, y exclamó: Disimule, señor.... Yo no sabía.... El que no sabe, hace como el que no ve.

Porque puede usted creerme, y se lo juraría si fuese lícito jurar: bien sabe Dios que la tal mujer hasta me es aborrecible, y que no le habré mirado a la cara media docena de veces desde que estoy en los Pazos. No, pues a la cara se le puede mirar, que la tiene como una rosa.... Ea, sosiéguese: a se me figura que nadie piensa mal de usted con Sabel.

Sabel, , señor, anda en eso.... Con el gaitero de Naya, el Gallo.... Por de contado se empeña en irse para su casa, así que les echen las bendiciones.... Sintió Julián un sofocón de pura alegría. No pudo menos de pensar que en todo aquel negocio de Sabel andaba visiblemente la mano de la Providencia. ¡Sabel casada, alejada de allí; el peligro conjurado; las cosas en orden, la salvación segura!