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Agua de la fatal negra laguna, Cogida en triste noche, escura y negra, Por el poder que en ti junto se auna, A quien otro poder ninguno quiebra, ...... diabolica importuna, Y á quien la primer forma de culebra Tomó, conjuro, apremio, pido y mando, Que venga á obedecerme aqui volando. Rocia con el agua la sepultura, y abrese.

En sus excursiones nocturnas, cogida del brazo del galán rústico que disfrutaba de su momentáneo apasionamiento, se encontraba con Luis Dupont y su cortejo de gente alegre.

Mientras tanto, Elena y Watson marchaban lentamente á caballo por la orilla del río. Ella mantenía cogida una mano de él, hablándole afectuosamente, con una expresión maternal.

Ana oró, con fervor, como en los días de su piedad exaltada; creyó posible volver a la fe y al amor de Dios y de la vida, salir del limbo de aquella somnolencia espiritual que era peor que el infierno; creyó salvarse cogida a aquella tabla de aquel cajón sagrado que tantos sueños y dolores suyos sabía....

A cierta distancia tropezó con un joven que de pié, con la cabeza levantada, miraba fijamente hácia la casa. Basilio reconoció á Isagani. ¿Qué haces aquí? preguntóle. ¡Ven! Isagani le miró vagamente, se sonrió con tristeza y volvió á mirar hácia los balcones abiertos, al través de los cuales se veía la vaporosa silueta de la novia, cogida del brazo del novio, alejándose lánguidamente.

Al verse cogida in fraganti, el primer impulso de Rosalía fue recoger todo; pero le faltó tiempo, y el pavor mismo sugiriole una pronta salida, rasgo genial de aquel sutilísimo entendimiento. «Calla, hombre, por Dios le dijo, pasándole el brazo por la espalda y sacándole suavemente del Camón para que no se enterase la modista . Es que... yo creí que te lo había contado anoche.

Era como una red que la envolvía, y como pensara escabullirse por algún lado, se encontraba otra vez cogida. «No; habrán heredado la casa los señores de Ruiz Ochoa, o la mujer de Zalamero... Y después de todo, ¿a qué me importa que herede la finca Juan o Pedro? Yo no la he de heredar».

Para evitar el encuentro con cualquier pariente o conocido de la niña, procuré seguir las menos principales. Teresa iba cogida a mi brazo como al de un antiguo amigo, hablando sin cesar, riendo, sacudiéndome a veces fuertemente y deteniéndose a lo mejor delante de un escaparate, para hacerme mirar cualquier chuchería.

Id y decid á doña Clara Soldevilla, mi menina, que venga dijo la reina, haciendo un supremo esfuerzo para que no se trasluciese en su semblante la agonía de su alma. El padre Aliaga se puso literalmente malo. La condesa de Lemos dejó caer el tapiz de la puerta de la cámara. Sólo una casualidad podía salvar á la reina de ser cogida de una grave mentira por el rey.

De vez en cuando estremecíase con violentos sobresaltos, lo mismo que si una mano invisible le cosquillease en la nuca. Cogida a la baranda, echaba el busto atrás, y luego se aproximaba a ella hasta tocarla con el pecho. Con esta gimnasia nerviosa acompañaba su charla y disimulaba un deseo de extender los brazos y desperezarse.