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El jueves pasado murió Luis Velez de Guevara, natural de Ecija, Uxier de Cámara de S. M., bien conocido por mas de 400 Comedias que ha escrito, y por su gran ingenio, agudos y repetidos dichos, y ser uno de los mejores cortesanos de España. Murió de 74 años de edad. Dexó por Testamentarios á los Sres. Conde de Lemos y Duque de Veraguas, en cuyo servicio esta D. Juan Velez su hijo.

El virrey, conde Lemos, en cuyo período de mando tuvo lugar la canonización de Santa Rosa, murió en diciembre de 1673, y su corazón fué enterrado bajo el altar mayor de la iglesia de los Desamparados. Las armas de este virrey eran, por Castro, un sol de oro sobre gules.

¡Pues qué! ¿había yo de sacrificarme hasta el punto de deshonrarme ante mis propios ojos?... no... que el mundo me crea deshonrada, me importa poco: ya lo estoy bastante sólo con estar casada con el conde de Lemos; un marido que de tal modo calumnia, solo merece el desprecio. ¡Cómo se conoce, doña Catalina, que sólo tenéis veinticuatro años y que no habéis sufrido contrariedades!

Acaso ha sabido el duque de Lerma que su hijo se valía de ti para educar al niño príncipe, como, siendo aún más pequeño, se valió para ello de la Angélica el conde de Lemos, su sobrino, y habrá dicho: puesto que esa hermosa doña Ana servía para hacer adquirir al joven príncipe malas costumbres, puede servir también para corromper las del rey y extraviarle. Acaso, acaso dijo doña Ana.

Se perdió toda esperanza de salvarlo; recibió la Extremaunción; escribió en su lecho de muerte una carta ingeniosa al conde de Lemos, que precede al Persiles, y murió el 23 de abril de 1616, á los setenta y nueve años.

Mandadme dar cena y lecho repuso Quevedo, sentándose otra vez en el sillón que habla dejado, como si se encontrara en su casa. No os he soltado de San Marcos para encerraros otra vez dijo Lerma . Quiero que seamos amigos. ¡Ah, condesa de Lemos! exclamó Quevedo. ¿Por qué nombráis á mi hija, cuando os hablo de otros asuntos? dijo con el acento de quien se siente contrariado, el duque.

Importaba, por lo tanto, demasiado á Quevedo, salvar de los peligros que le amenazaban á aquel hijo natural del duque, por el que únicamente había ido á la corte. Pensando en esto, y para tener una ayuda, un medio, había sido audaz con la condesa de Lemos, y cuando la condesa de Lemos se convirtió para él en un inconveniente, la abandonó, abandonando su amor; la lastimó lastimándose á mismo.

Y como doña Catalina ama mucho á Quevedo, con toda su alma ardiente, á la que tan mal dueño has dado en tu sobrino el conde de Lemos, naturalmente, para no perder sus amores, te ha obligado, Lerma, porque tu hija puede obligarte, á que prendas á Quevedo. El duque se movió violentamente en el sillón.

Y será peor si no os confiáis completamente á . Pero don Francisco... ¡Se conspira! ¿Que se conspira? Y vuestro sobrino es uno de los primeros conspiradores. Mi sobrino... ¡Escondéos! ¡Cómo! Quevedo empujó á Montiño detrás de la puerta. Había oído en las escaleras unos pasos de mujer y el crujir de una falta de seda; poco después la condesa de Lemos atravesó la portería.

Alonso del Castillo Solórzano, escritor muy fecundo, que en el reinado de Felipe III, y en los primeros años de Felipe IV, vivió al servicio del marqués de los Vélez, virrey de Valencia, escribió, además de muchas novelas, algunas comedias, y entre ellas La victoria de Norlingen. Entre los poetas dramáticos españoles, merece también mencion especial el célebre conde de Lemos, virrey de Nápoles.