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Cesaron las convulsiones, pero vino como compensación fatal, como equivalente psíquico la creación genial. O lo que es igual, Valleumbroso ya no es un convulsivo, pero sigue siendo un epiléptico en el momento que siente el estro creador.

La energía asimiladora que le ha permitido conservar cierta uniformidad y cierto temple genial, a despecho de las enormes invasiones de elementos étnicos opuestos a los que hasta hoy han dado el tono a su carácter, tendrá que reñir batallas cada día más difíciles, y en el utilitarismo proscriptor de toda idealidad no encontrará una inspiración suficientemente poderosa para mantener la atracción del sentimiento solidario.

Hay en Valleumbroso prosiguió el sabio con voz resonante una preocupación de la personalidad propia, que es uno de los caracteres típicos de la forma clínica genial. ¿No es verdad, amigo Valleumbroso? añadió poniéndole con protección una mano sobre el hombro ¿no es verdad que vive usted excesivamente preocupado de mismo?

Una cultura legal solidísima, mucha ciencia de la vida y del corazón humano, una natural aptitud para la observación, que en el ejercicio de su profesión se había convertido en genial clarovidencia y casi en presciencia inerrable, eran circunstancias reunidas para hacer de él una de las mejores autoridades de la magistratura helvética. Y, sin embargo, su primera vocación había sido otra.

Á los primeros días se cruzan ofrecimientos, á los siguientes palabras, y en los restantes ... ¡ah! en los restantes ya no se cruza más que alguna que otra bofetada entre hombres, y más que algún chisme entre el bello sexo, que en una larga navegación ni aun es bello, pues el pobre sexo toma un color, un genial, y aun cuando tiene excepciones, un lenguaje que les digo á ustedes, que más de una vez hemos recordado el Avapiés y la calle de Toledo.

Antes de desembarcar en la isla, recibió carta del Conde de Devonshire haciéndole saber que el Rey no le acordaba licencia de entrar en sus Estados por tener de él muy mala opinión y merecer á lord Cecil odio y desprecio . No había motivo para tenerse por lisonjeado; no se dió tampoco por entendido: con la atrevida inconsideración genial puso pie en tierra, avanzando hasta Canterbury, desde cuya ciudad escribió al Rey larga carta en latín, manifestando la extrañeza que le había causado recibir una orden inusitada en vez de los favores que se le habían hecho esperar.

EN los banales y sutiles ajetreos de la farándula política, en que el favoritismo se yergue en divinidad sobre su propia bahorrina, es edificante la evocación de un episodio hondo de desolación inquietante y cruel, de la vida extraña de aquel inadaptable genial, de «aquel celeste Edgardo» cuyo nombre figura en esa fúnebre antología de anormales y degenerados entre los otros grandes locos: Nietzsche y Baudelaire.

No lo sentirán mucho las buenas gentes de Salem, pues aunque me he empeñado en llegar con mis tareas literarias á ser algo á los ojos de esos paisanos míos, y dejar una memoria grata de mi nombre en esa que ha sido cuna, morada y cementerio de tantos de mis antepasados, nunca encontré allí la atmósfera genial que requiere un hombre de letras para que se sazonen debidamente los frutos de su inteligencia.

El aditamento que sus dos mujeres, Josefina y María Luisa, le pusieron en su cabeza, genial y estratégica, se lo hubiera impedido. Con estas premisas llegamos al nudo de la cuestión. ¿En qué grado una reina puede cambiar la historia de un pueblo, influyendo sobre el ánimo del monarca? Ello depende de muchas causas. El alcance de esta influencia se relaciona, en primer término, con el amor.

Desconfío de tus palabras, desconfío de tus acciones, desconfío de nuestro parentesco, que bien puede ser tramoya inventada por ti, desconfío de tus arrepentimientos, y como ha de serte más difícil ganar mi voluntad que ganar el cielo, será bien que me dejes en paz y que no vengas acá con hermanazgos ni embajadas sentimentales, porque otra vez no tendré la santísima paciencia que ahora he tenido: ya me conoces, ya sabes mi genial.