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Actualizado: 13 de mayo de 2025


Diríase que el positivismo genial de la Metrópoli ha sufrido, al transmitirse a sus emancipados hijos de América, una destilación que le priva de todos los elementos de idealidad que le templaban, reduciéndole, en realidad, a la crudeza que, en las exageraciones de la pasión o de la sátira, ha podido atribuirse al positivismo de Inglaterra.

En el fondo de su ser existía también, sin que él mismo se diera cuenta de ello, cierta repugnancia a la vida sociable y regalona de los canónigos. Gil era un místico. Había tenido la fortuna de tropezar, en el rector del seminario, con un hombre de una piedad exaltada, con un orador elocuente, apasionado, genial, un verdadero apóstol.

Los epígrafes que preceden cada capítulo en el Facundo, podrían ser también indicio de sus lecturas: Humboldt y Lamartine alternan con citas de Shakespeare en francés... Tal cosa muestra lo abigarrado de su cultura; pero quizá por eso mismo toda esa varia literatura le sirvió de abono para que la planta indígena del pensamiento genial pudiera crecer más lozana.

Consideraba a Martí uno de los hombres de más talento que me había sido dado tratar y su muerte representaba no solo una pérdida irreparable para Cuba, de la que habría sido uno de sus preclaros presidentes, sino para la América latina toda, pues desaparecía el escritor genial en quien el fuego de la solidaridad americana brillaba con resplandores que iluminaban ambos continentes.

Ese tipo de escritor culto, ponderado, sano, inteligente y bien nutrido, que Lemaitre considera superior al genio y del que pone como ejemplo a Anatole France, no existe entre nosotros. Todos nuestros escritores pertenecen a la categoría genial. Yo mismo, en mi pequeñísima escala, ¿qué duda cabe de que también soy un genio?

En el estado actual de la cultura hay generalísimos que son simples rancheros, y, por el contrario, hay miserables rancheros dotados de la chispa genial, hombres frustrados y menospreciados, que hubieran sido generalísimos por propio derecho, de existir la apropiada organización cultural cuartelariaSe me figura que, al escribir las líneas anteriores, Escobar pensaba en Belarmino y Apolonio.

Nunca creeremos eso, Pablo dijo cariñosamente la señora Aubry, pero es posible que te hayas acostumbrado a trabajar menos, desde que sabes que puedes confiar en Juan. No, no, ese muchacho es más entendido que yo; el discípulo ha sobrepasado al maestro; hoy, dirige todo, te lo aseguro; en estos últimos meses ha tenido una idea de fabricación casi genial. ¡Qué entusiasmo, papá querido!

Yo no pensaba sino en soldados y batallas; tenía cierta disposición genial al dibujo y pasaba las noches dibujando el ejército y la escuadra de Buenos Aires en marcha contra Urquiza; y entre las filas de soldados, sobre un caballo trazado con el más respetuoso cuidado, diseñaba la figura de mi general, ídolo de mis sueños infantiles, especie de Cid fraguado por mi fantasía de niño, caricaturado involuntariamente por mi lápiz torpe, y destinado por la Providencia a aplastar a Urquiza, a quien yo me lo representaba vestido de indio, con plumas en la cabeza, con flechas y un gran facón en la cintura, rodeado por una tribu salvaje que constituía su ejército.

Comprendí que no me gustaba la música sino el músico, y que a él le pasaba lo mismo respecto de Blanca. No se le daba un bledo de Beethoven; pero estaba enamorado de Blanca, y hasta las cosas que le eran antipáticas le gustaban en la mujer amada. Juno terminó su horrible sonata, y Pablo dijo en un arranque de entusiasmo, cuyo oculto motivo comprendí: ¡Qué genial ese Beethoven!

Poetas, pintores, apaches, inventores... En los cristales amarillentos se reflejaban las chalinas y las pipas, y, a veces, como una aparición de balada germana, la linda cabecita de paje rubio de Betina Jacometi, una genial pintora holandesa, a quien la policía metió en la cárcel sin más razón que la de fumar cigarrillos por las calles y ser muy extraña.

Palabra del Dia

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