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Palomino dice, que luego retrató al Cardenal Panfili, a Camilo Máximo, a Abad Hipólito, a Micael Ángelo, a Fernando Brandano y a Jerónimo Vibaldo, hermano el primero, servidores altos y bajos del Pontífice los otros; y además a dos damas, la pintora Flaminia Triunfi y la famosa doña Olimpia Maldachini, quien por cierto, no debía de ser modelo de extraordinaria belleza, aunque hubiera sido hermosa, pues habiendo nacido en 1594, pasaba ya de los cincuenta y cinco años.

Se hace constar con asombro que una mujer pintora de Grecia, la famosa Lala, de Cycique, que vivió 80 años antes de Jesucristo, no se casó, y se cuida de hacer observar que fue su gran fervor por su arte lo que la llevó a esa extremidad lamentable. Del mismo modo, la hija de Plinio, el célebre naturalista, necesita la reputación de su padre para hacer aceptar su situación de solterona.

Ignoro la vida de esa mujer; ignoro los secretos de su alma; pero si tiene un alma pura, si tiene un corazon vírgen y bueno, la copia que saca de la ASUNCION debe ser admirable. ¿Cómo es posible que no se entiendan bien dos vírgenes tan bellas? algo hemos dicho de esto al descuido; pero un descuido tal que ella pudiera oir, y la noble y hermosa pintora se ha sonreido deliciosamente. ¡Ah! ¡quién sabe lo que habrá debajo de esa risa!

Señor Fabrice, qué mal está mi enredadera... se diría de estuco... no tiene aire... ¡Decididamente, esto no marcha!... Pierdo la fe, señor Fabrice. No tiene usted razón, señorita... aseguro a usted que ha hecho serios progresos. , pero nunca seré pintora... no tengo talento... ¿no es verdad?

Poetas, pintores, apaches, inventores... En los cristales amarillentos se reflejaban las chalinas y las pipas, y, a veces, como una aparición de balada germana, la linda cabecita de paje rubio de Betina Jacometi, una genial pintora holandesa, a quien la policía metió en la cárcel sin más razón que la de fumar cigarrillos por las calles y ser muy extraña.

Antes de nada huya de esta escuela como de la peste. Y de aquí a diez años tal vez sea usted una gran pintora. LORENZA. Seguiré sus indicaciones, caballero. Sin embargo, yo no puedo trabajar sola. ¿Podría usted darme lecciones...? Se las pagaría bien.

En resolución, yo me atrevo a calificar al Sr. Ortiz de Pinedo de buen pintor de costumbres, aunque me alegraría de que mostrase menos amarga predilección por la pintora de las malas, y de que pusiese menos color negro, menos sombras y más luz, y más tintas de rosa y de azul de cielo en su paleta.