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La reina puede sentarse en su trono dijo Canterac. Y mostró á Elena un banco rústico rematado por una especie de doselete hecho con guirnaldas de follaje y flores de papel. Excitado el francés por la soledad, habló con gran vehemencia de su amor y de los grandes sacrificios que estaba dispuesto á hacer por Elena.

En mi provincia hay un sibaritismo rústico que encanta. Bien sabe mi paisana estimar, buscar y servir en su mesa las mejores frutas, empezando por la que se cría en su heredad, mil veces más grata al paladar y más lisonjera para el amor propio que la tan celebrada del cercado ajeno.

En ese parque daré una fiesta, una garden-party, en honor de nuestra amiga la marquesa, y hasta me proporcionaré la venganza de invitar á ese rústico enriquecido, para que se muera de envidia. Usted me hará el favor de dirigirlo todo. Aquí tiene las instrucciones; las escribí anoche, aprovechando mi falta de sueño.

Ya distinguía la fila de pedruscos semejante á las ruinas de una pared. Después vió el montón que formaba la tumba y los dos maderos en cruz. Empezaba á soplar de nuevo el huracán cuando llegó ante el rústico mausoleo del desierto. Pero el gaucho parecía insensible á las ferocidades de la atmósfera y de la tierra.

La madre de Nicolasa había sido tremenda, dominante, feroz: una Doña Blanca á lo rústico; mientras que Juana, la segunda mujer del tío Gorico, era la propia dulzura, sometida siempre á su marido, quien á su vez no hacía más que lo que á Nicolasa se le ocurría. Nicolasa lo podía y mandaba todo en casa de su padre, menos impedir que el tío Gorico dejase de beber bebida blanca.

Tales eran sus razones. Alguien podría sospechar pero no probar su invencible repugnancia a todo lo vulgar y plebeyo, y el horror que de ella se apoderaba a la sola idea de poder un día tener un hijo que llevase su ilustre apellido en pos de otro apellido oscuro y rústico de algún ricacho villano.

Sin más introducción allá van los cuentos. Mucho tiempo ha vivían dos jóvenes esposos en lugar muy apartado y rústico. Tenían una hija y ambos la amaban de todo corazón. No diré los nombres de marido y mujer, que ya cayeron en olvido, pero diré que el sitio en que vivían se llamaba Matsuyama, en la provincia de Echigo.

Vio Rafael cómo cautelosamente salía de su casa el ermitaño, un rústico que vivía de las personas que visitaban aquellas alturas. Atraído por el aspecto de la desconocida señora se presentaba a saludarla ofreciéndola agua de la cisterna y descubrir en su honor la milagrosa virgen. Volviose la señora para contestar al ermitaño, y entonces pudo contemplarla Rafael con toda tranquilidad.

En efecto, estaba para acabar ya el mes de Junio y el indio no había aparecido. Una mañana, como de costumbre, entre diez y once, volvía Poldy de la laguna, donde en balde había buscado a la cigüeña. Fatigada y triste, en medio de la senda por donde se volvía al castillo, Poldy se sentó, al pie de un olmo, en un asiento rústico, y en lo más frondoso, intrincado y bonito del parque.

Era un desfile triste, como si acabase de ocurrir uno de esos desastres nacionales que suprimen las diferencias de clases y nivelan a todos los hombres bajo el infortunio general. ¡Qué desgrasia, señó marqué! dijo al de Moraima un rústico mofletudo y rubio llevando el chaquetón sobre un hombro.