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Rumores corrieron de que el bondadoso Padre Alelí había perecido en las ferocidades del 16. Esto no resultó cierto por fortuna. Hallábase el anciano en la enfermería de su convento, ya completamente perturbado y sin juicio, cuando acaecieron los asesinatos. De nada se dio cuenta.

En la casa había jardín, y además un desmesurado corralón, donde, para mayor recreo y gala, no se encerraban sólo gallinas y pavos, sino, en apartados recintos, venados y corzos traídos vivos de Sierra Morena, y por último, amarrado a fuerte cadena de hierro, por temor a sus travesuras y ferocidades, un enorme mono que había enviado de Marruecos un capitán de Infantería, primo del señor.

Pero, ademá, el matarse en este cazo me paece, ¿zabuté?, una gran zimpleza. Será lo que usted quiera repliqué con viveza , pero estoy dispuesto a que nos matemos. ¡No ze apure uté, buen hombre! Nos mataremos. Hablábamos en voz muy baja y procurábamos ambos sonreír diciéndonos estas ferocidades; de suerte que los que allí estaban creían que departíamos amigablemente.

Ya distinguía la fila de pedruscos semejante á las ruinas de una pared. Después vió el montón que formaba la tumba y los dos maderos en cruz. Empezaba á soplar de nuevo el huracán cuando llegó ante el rústico mausoleo del desierto. Pero el gaucho parecía insensible á las ferocidades de la atmósfera y de la tierra.

Sólo Guillermo Draper ha dicho más ferocidades contra España y ha mostrado más profundo aborrecimiento contra nosotros que el que podrían atesorar todos los españoles juntos, si se decidiesen á denigrar, á escarnecer y á insultar á los anglo americanos.

Santa Cruz tenía muy presentes las ferocidades disciplinarias de su padre, los castigos que le imponía, y las privaciones que le había hecho sufrir.

Cuando en los escaños de un Cuerpo colegislador se masca tabaco, se colocan los pies más altos que la cabeza, y cada senador se entretiene con un cuchillito y un tarugo de madera en llenar el suelo de virutas, no es de extrañar que se digan y se aplaudan las mayores ferocidades, como si oradores y oyentes estuviesen tomados del vino.

Era un erudito en anuncios de específicos y catálogos de farmacia: conocía todos los remedios, y siempre tenía uno, el último lanzado a la circulación, que le merecía hiperbólicas alabanzas, al mismo tiempo que abrumaba con sus ferocidades verbales a los «ladrones» inventores de los otros.

Con todas las violencias tiránicas, con todas las ferocidades de cuantos virreyes, gobernadores y capitanes generales ha enviado España á América, desde el reinado de Felipe II hasta hoy, si pudiéramos ponerlas en un alambique y destilar la quinta esencia de ellas, créame el Sr. Merchán, no sacaríamos un espíritu equivalente al del tirano Rosas, pongo por caso. Es el Sr.

Tendría esto además la ventaja de que los politicians extraviados y los senadores farwestinos y cincinatescos, al vernos en tan buena compañía, arrojasen de sus cerebros el feísimo y bellaco concepto que los sabios y catedráticos yankees les han hecho formar de España, considerándola, por su afición á las corridas de toros y al Santo Oficio, Nación Calígula-Torquemada, como la llama Clarence King, y, por haber destruido, según Draper, no cuántas civilizaciones, podrido esqueleto entre las naciones vivas y prueba terrible de la justicia de Dios, que no quiere dejar sin ejemplar castigo nuestras ferocidades y nuestros crímenes.