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Aun en los tiempos en que la mente humana imaginaba divinidades tiránicas y crueles, los grandes poetas, sobreponiéndose a la desconsoladora creencia, buscaban y hallaban un final desenlace, trascendente y dichoso, para sus tragedias más horribles, dejando a la Providencia justificada y glorificada.

Y si esta energía no se desenvuelve en el vacío de la contemplación, ni se apaga estéril en el campo de las ideas y del pensamiento puro, región helada y poco accesible a la mayoría de los humanos, sino que lucha a brazo partido con las fuerzas tiránicas de la naturaleza física o con otras voluntades personales tan imperiosas y tan férreas como la del héroe mismo, la emoción llega a lo trágico, y en medio del conflicto se disfruta el espectáculo más digno de la consideración humana, el que más eleva y ennoblece el espíritu, el de un poder racional y consciente en el pleno uso y ejercicio de su soberanía, que se reconoce y afirma más a propia cuando más braman en torno suyo las tempestades y más amenazan vencerla y sumergirla.

Los seres modernos que nos hemos vuelto, las personalidades perfectamente vivientes que se mueven en nosotras, no pueden ir con entusiasmo al matrimonio tal como le comprenden las costumbres provincianas estrechas y desconfiadas, malévolas, celosas y tiránicas.

No, hija mia, respondí yo; yo no estoy porque haya en el mundo guerras injustas, egoistas, tiránicas; pero estoy por las guerras que se hacen en nombre de la civilizacion, del derecho y de la moral. Y ¿la sangre que se derrama y humedece la tierra? dirás . Y ¿el rayo que cae de las nubes y nos devora? digo yo.

Con todas las violencias tiránicas, con todas las ferocidades de cuantos virreyes, gobernadores y capitanes generales ha enviado España á América, desde el reinado de Felipe II hasta hoy, si pudiéramos ponerlas en un alambique y destilar la quinta esencia de ellas, créame el Sr. Merchán, no sacaríamos un espíritu equivalente al del tirano Rosas, pongo por caso. Es el Sr.

Hacia cinco años que era inquisidor en Córdoba el licenciado Diego Rodriguez Lucero, maestrescuela de Almeria, el cual para acreditarse de celoso ministro de la , y mas principalmente aun para saciar su monstruosa sed de sangre y su desapoderada ambicion, de tal manera afligió con sus calumniosas imputaciones y tiránicas sentencias á la gente principal de la ciudad, sin distincion de clases, edades ni sexos, y sin respeto á dignidades eclesiásticas y seculares, que fué menester que el cabildo y la ciudad unidos clamasen contra sus bárbaros atropellos pidiendo justicia á S. S. y proteccion á los reyes, príncipes, grandes, iglesias y prelados.

Subía a la hora de comer, para reír como un loco con las gracias de Juanito y revolcarse muchas veces por el suelo, imitando a ciertos animales, para satisfacer las tiránicas exigencias de aquel monigote que traía revuelta toda la casa.