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Horatius no perdonó la ocasion y, sin hablar tampoco ni de los muertos, ni de la pobre india asesinada, ni de los atropellos, le contestó en su Pirotecnia: «Despues de tanta caridad y tanta humanidad, Fray Ibañez, digo Ben Zayb, se reduce á pedir para Filipinas. Pero se comprende. Porque no es católico y el sentimiento de la caridad es más latente, etc., etc., etc. Talis vita finis ita.

«... y no encontramos frases suficientes para anatematizar estos atropellos, hoy que la bandera de la libertad nos da sombra con sus pliegues...» ¡Eso, eso! ¡De ahí, de ahí! Habiendo libertá no hay injusticias. ¡Olé por ella!

Era imposible matar á Jaramillo mientras guardase su talismán, la bolsita con plumas de caburé, que le hacía invulnerable. Y el déspota, animado por la resignación fatalista de Morales, extremó sus audacias. Un día lo abofeteó porque no le obedecía con rapidez, y al salir indemne de este atrevimiento, repitió á todas horas sus atropellos.

El día antes habían desembarcado unos batallones de zuavos de Argelia que iban á reforzar el ejército de la frontera, y estos veteranos, acostumbrados á la existencia colonial, poco escrupulosa en materia de atropellos, creyeron oportuno intervenir en la manifestación, unos con las bayonetas, otros con los cinturones desceñidos. «¡Viva la guerra!» Y una lluvia de zurriagazos y golpes cayó sobre los cantores.

Bajaban coches de lujo, cuyos cocheros gritaban para evitar el desorden y los atropellos. Deteníanse los vehículos atarugados, y la gente, refugiándose en las aceras, se estrujaba como en los días de pánico. La tienda del viejo Schropp detenía a los transeúntes. Como se acercaba Carnaval, todo era cosa de máscaras, disfraces, caretas.

La alegría y la satisfacción volvieron á renacer en el ánimo de todos los revolucionarios filipinos, y entonces dispuse el nombramiento de una Comisión que recibiera á los Comisionados americanos, al propio tiempo que daba órden estricta á todos, para que guardaran con los americanos la mejor armonía, tolerando y disimulando los abusos y atropellos de la soldadesca; pues no seria de buen electo para la Comisión que se esperaba, el que nos hallase desavenidos con las fuerzas de su nación.

Decían que había matado a Demetria, su segunda mujer, y cometido otros nefandos crímenes, violencias y atropellos. Todo era falso. Hay que declarar que parte de su mala reputación la debía a sus fanfarronadas y a toda aquella humareda revolucionaria que tenía en la cabeza.

Hacia cinco años que era inquisidor en Córdoba el licenciado Diego Rodriguez Lucero, maestrescuela de Almeria, el cual para acreditarse de celoso ministro de la , y mas principalmente aun para saciar su monstruosa sed de sangre y su desapoderada ambicion, de tal manera afligió con sus calumniosas imputaciones y tiránicas sentencias á la gente principal de la ciudad, sin distincion de clases, edades ni sexos, y sin respeto á dignidades eclesiásticas y seculares, que fué menester que el cabildo y la ciudad unidos clamasen contra sus bárbaros atropellos pidiendo justicia á S. S. y proteccion á los reyes, príncipes, grandes, iglesias y prelados.

Un año antes un herrero, fanático como toda la demas gente de baja condicion, habia movido un gran motin contra los conversos ó cristianos nuevos, cometiendo grandes robos, incendios y atropellos en las viviendas de aquellos presuntos apóstatas, y matando á muchos.

La palabra Revolución no evocaba a sus ojos más figura que la de María Antonieta prisionera en la Conserjería, y en la más sencilla agitación política veía carreras, tiros, desaguisados y atropellos. Para ella, ser de origen humilde no era una falta, pero una mancha, y trabajar le parecía muy honrado, pero loca la pretensión de querer elevarse encalleciéndose las manos.