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Únicamente lo hubiese sido para evitar que en Madrid hombres, niños y mujeres durmieran a la intemperie en las noches de invierno, refugiándose en los quicios de las puertas y en los respiraderos de las cuadras, mientras permanecían cerrados e inservibles en el paseo de la Castellana los grandes hoteles de la gente rica, hostil al gobierno, que se había trasladado a París cerca de los Borbones para trabajar por su restauración.

Resultaban buenas para los capitanes miedosos, incapaces de salir de los puertos si no llevaban á la vista una escolta de torpederos, y cuyas tripulaciones, al menor incidente, pretendían echar los botes al agua, refugiándose en la costa. El se creía más seguro yendo solo, confiado á su pericia, sin otro auxilio que su profundo conocimiento de las rutas del Mediterráneo. La petición fué atendida.

Los parajes de alguna feracidad no estaban ocupados por granjas, sino por conventos, y al borde de las escasas carreteras vivaqueaban las partidas de bandoleros, refugiándose, al verse perseguidos, en los monasterios, donde les apreciaban por su religiosidad y por las muchas misas que encargaban para sus almas pecadoras. La incultura era atroz.

Y a los cinco minutos, cuando las gentes, asustadas, recogían libros y almohadones en las cubiertas para librarlos de la inundación, refugiándose con ellos en los salones, surgía de pronto el sol; el buque, chorreante, brillaba cual si fuese de oro, y la mancha de sombra iba corriéndose en el mar luminoso, cada vez más reducida, más estrecha, hasta perderse en el infinito, como si la fuese arrollando una mano invisible.

Don Iñigo, receloso y resuelto á pelear, acude á una cita, que se le da en compañía de Don Antonio; Lisardo le cuenta que él no es Don Félix, y las circunstancias, que le obligaron á tomar su nombre; añade, que, estando de visita en casa de Clara, huyó de ella refugiándose en la de Don Iñigo; pero el anciano se encoleriza, y califica de agravio ese yerro; Antonio saca también su espada para vengar en Lisardo la visita secreta hecha á su hermana; Don Félix, que asiste escondido á esta escena, sale también para socorrer á su amigo, y el combate se hubiera llevado á efecto, á no sobrevenir mucha gente que obligara á los combatientes á retirarse.

No quiso encontrarse más con aquellos hombres, y huyó de su propio dormitorio, refugiándose en el último piso, en un cuarto de doméstico, cerca del que había escogido la familia del conserje. En vano la buena mujer le ofreció comida al cerrar la noche: no sentía apetito. Estaba tendido en la cama. Prefería la obscuridad y el verse á solas con sus pensamientos. ¡Cuándo terminaría esta angustia!...

Muchos de aquéllos, fatigados de admirar palmeras y caseríos blancos, acababan por volver las espaldas, refugiándose en los sitios más frescos y sombreados. Únicamente sentían verdadero interés por el país de su destino, la tierra de la esperanza, donde les aguardaba, según sus informes, la fortuna impaciente. Ellos iban a Buenos Aires.

La repentina invasión de los árabes, á principios del siglo VIII, acabó de destruir la vacilante monarquía de los godos, sujetando con pasmosa celeridad al país y sus habitantes, y sólo escasísima parte de éstos se mantuvo independiente, refugiándose en las montañas inaccesibles del Norte.

Salvatierra y su discípulo, refugiándose en la cuneta, vieron pasar cuatro briosos caballos con borlajes saltones y chillonas ristras de cascabeles tirando de un coche lleno de gente. Cantaban, gritaban, palmoteaban, llenando el camino con su alegría loca, esparciendo el escándalo de la juerga sobre las llanuras muertas que aun parecían más tristes a la luz de la luna.

Lionel se limpió la sangre de una mejilla, y luego miró á su esposa con aquellos ojos de niño abandonado é implorante. ¡Oh, mi rey! gritó ella, refugiándose en sus brazos . ¡Pobrecito mío!... Perdóname; soy una loca. No te abandonaré nunca. Y durante todo el día, Gould conoció la más amorosa y sumisa de las mujeres.