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«No hagas estupideces, Hanckel» me dije, «deja tu espejo, apaga tus luces, manda a paseo tus ideas insensatas, y métete en cama

Apaga la luz del día de humo negro nube espesa; rásganla voraces llamas incendiando la ancha esfera, que a los deslumbrados ojos miente tempestad horrenda, y aquella sangre, que baña monte y llano por doquiera, parece la roja lluvia de aquella nube bermeja.

Otro de los motivos favoritos de Yurrumendi era la descripción de la isla del Fuego, en donde él había estado alguna vez. En la cumbre de esta montaña inaccesible arde un fuego intermitente que se enciende de noche y se apaga de día.

Aunque el hombre se habitúa antes a la dicha que al dolor, sus corazones permanecieron varios días en suspenso. Temían ser víctimas de una ilusión; no se atrevían a felicitarse de un milagro tan poco esperado, y se preguntaban si esa apariencia de curación no era el supremo esfuerzo de un ser que se aferra a la vida, el postrer relámpago de una lámpara que se apaga.

Son ajenas de este lugar las cuestiones filosóficas sobre la no interrupcion de la conciencia, esto es, si hay algun tiempo en que el alma no piense, y en que no tenga conciencia de propia: muchos filósofos creen que hay en efecto esta interrupcion, para lo cual se apoyan en la experiencia del sueño y de los accidentes de que volvemos sin ningun recuerdo; pero Leibnitz opina que el pensamiento nunca se extingue del todo, que nunca hay una falta absoluta de conciencia, que nuestro pensamiento es una luz que despide á veces muy poco resplandor, pero que nunca se apaga del todo.

Don Víctor calla anonadado por la emoción; luego, haciendo un último esfuerzo, añade: Después me lo quitaron... me quitaron mi bastón, ¿eh?... mi bastón con el puño de vuelta... Y desde entonces... desde entonces... Su voz tiembla y se apaga en un silencio de tristeza infinita.

Y así es el hombre de La Edad de Oro, que en cada número quisiera poner el mundo para los niños, a más de su corazón; pero en la imprenta dicen que el corazón cabe siempre, y el mundo no, ni el artículo de La Luz Eléctrica, que cuenta cómo se hace la luz, y qué cosa es la electricidad, y cómo se enciende y se apaga, y muchas cosas que parecen sueño, o cosa de lo más hondo y hermoso del cielo: porque la luz eléctrica es como la de las estrellas, y hace pensar en que las cosas tienen alma, como dijo en sus versos latinos un poeta, Lucrecio, que hubo en Roma, y en que ha de parar el mundo, cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, ni noche ni día, sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en el alma una fuerza serena, como la de la luz eléctrica.

Y como «La Cruz Roja» no respondía, don Santos dirigiéndose a su propia sombra que se le iba subiendo a las barbas, según se acercaba a la puerta cerrada del comercio, tomándola por el mismísimo señor De Pas, le dijo: ¡Señor obscurantista! ¡apaga luces!... usted ha arruinado a mi familia... usted me ha hecho a hereje... masón, , señor, ahora soy masón... por vengarme... por... ¡abajo la clerigalla!

Llegó el caso de prohibirle que hiciese por solo ningún medicamento de cuidado. «¡Carambita!, hijo, si da usted en confundirme los alcoholatos con las tinturas alcohólicas, apaga y vámonos. Este frasco es el alcohol de coclearia, y este otro la tintura de acónito... Vea usted la receta y fíjese bien... Si seguimos así, lo mejor sería que doña Casta cerrase el establecimiento».

Toda enfermedad apaga el valor y enciende el espíritu. Te estoy hablando de cosas que no entiendo bien. Quizá no las entiende bien nadie. La palabra sólo sirve para expresar cosas vulgares; pero la humanidad está tan ensoberbecida con esta facultad del lenguaje, que cree tener en la palabra el instrumento revelador de todo cuanto nos sucede.