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Y mientras cuantos contemplaban el grandioso espectáculo se miraban unos a otros deslumbrados y mudos de espanto, resonó una formidable carcajada de Marcos Divès, que se mezcló al zumbido que vibraba en los oídos de aquéllos.

Vuesa merced agregó no tendrá con esto más trabajo que reunir sus pergaminos para la probanza de limpieza, e será como probar la lumbre del sol. Expresó Ramiro su reconocimiento y, con los ojos como deslumbrados, estrechó en las suyas aquella mano generosa. Apenas el cortesano se hubo alejado por la galería, doña Guiomar arrojose a los pies de Ramiro, abrazándose a sus rodillas.

Ardíame la sangre que momentos antes era hielo desleído; zumbábanme las sienes, y el corazón no me cabía en el pecho; abrí otra vez los ojos, y tuve que cerrarlos de repente, porque los sentí deslumbrados por las mismas llamas infernales que me abrasaban el rostro.

Apaga la luz del día de humo negro nube espesa; rásganla voraces llamas incendiando la ancha esfera, que a los deslumbrados ojos miente tempestad horrenda, y aquella sangre, que baña monte y llano por doquiera, parece la roja lluvia de aquella nube bermeja.

Diciendo esto Ben-Farding, saltó de su huronera, dió tres o cuatro carrerillas por la estancia, sacudió de papirotes y sardinetes a los deslumbrados wazires, cadíes y altos dignatarios del diván, y salió rehilando de la Alhambra, como Bodoque disparado por fuerte brazo de bien templada ballesta.

Del hombro izquierdo del arquero pendía un ferreruelo blanco, con la roja cruz de San Jorge en su centro. ¡Hola! exclamó guiñando rápidamente los ojos, deslumbrados por la brillante luz del hogar y de las antorchas. ¡Buena lumbre, buena compañía y buena cerveza!

Unos eran estudiantes mal avenidos con las bayetas escolásticas o mozos de labranza que, deslumbrados por el mágico esplendor de las Indias, se improvisaban guerreros en las tierras nuevas.

Aquí se calló don Román como un muerto, y me dijo el insigne campurriano, después de aplaudirme los buenos propósitos declarados por de poner todos los medios para lograr tan grandes fines, que si me decidía, en mis procedimientos, a servir a mis protegidos el vino viejo en odres nuevos, cosa que él no desaprobaría, lo hiciera con sumo tacto, «porque concluyó , hermosa es la luz; pero no hay que abrir de repente todas las ventanas a los que han vivido a oscuras por achaques de la vista; pues hay que temer las locuras que entran por los ojos deslumbrados». A esto ya no pudo callarse don Román, y expuso el ejemplo de la caída de Coteruco, en demostración de lo afirmado por su amigo.

En medio del patio se alza sobre la hierba un palomar artísticamente construido, que recuerda los chalets de la Suiza. Delante de la vivienda sube un emparrado nuevo, cubierto de pámpanos, que se entrelazan alrededor de las ventanas, brillando al sol, y que prometen un abundante follaje. El molino aparece a sus ojos deslumbrados como un asilo donde reina la paz y la inocencia.

Y esas dos ideas, de mujer y de reina, se confunden en algo que lo llena a un tiempo de deleite y de melancolía. Sus ojos se han abierto de repente, y vacilan todavía, deslumbrados al contemplar en toda su majestad real a la mujer por delante de la cual ha pasado como un ciego durante toda su juventud. ¡Qué hermosa es! ¿Cómo la mujer puede ser tan hermosa?