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Por la noche tenían su conciliábulo antes de acostarse, y pasaban en revista burlesca a todos los pretendientes del día: llamaban ellas a eso la matanza de los inocentes, y algunas veces, la cacería de las antorchas. La señora Hermany era en esta ejecución nocturna, verdaderamente feroz.

Del hombro izquierdo del arquero pendía un ferreruelo blanco, con la roja cruz de San Jorge en su centro. ¡Hola! exclamó guiñando rápidamente los ojos, deslumbrados por la brillante luz del hogar y de las antorchas. ¡Buena lumbre, buena compañía y buena cerveza!

Como un delirante, profería, ahora, interjecciones soberbias, creyendo menear aún en la mano el acero mortífero; y la lucha, entre el resplandor de las antorchas y de los haces de luna, se reconstruyó en su imaginación: Habiendo retrocedido algunos pasos, dibujó con la espada en el aire un reto circular y magnífico, prestando a la hoja terrible apariencia.

No se atrevía á decirlo en voz alta porque era un coronel; pero toda su vida se acordó de esta escena. Cruzaban sus sables, se esquivaban, se atacaban, el príncipe con paso firme, el otro con una agilidad felina. Toledo, viéndolos rojos, creyó que era un efecto de la luz de las antorchas.

Todas las consideraciones que su deseo le sugería no bastaban a destruir la gran certidumbre que, sin saber cómo, se le había colado de rondón en el cerebro. Algunos pormenores, que habían pasado para él inadvertidos, adquirieron de pronto alto relieve, se alzaron como antorchas encendidas para guiarle.

Después de varias tentativas infructuosas se traslada á otra habitación de Palacio, en la cual cree ver una forma que, en cuanto las tinieblas lo permiten, se le antoja ser Doña Violante, y en este momento se presentan criados con antorchas, y el Príncipe, en vez de encontrarse en presencia de su codiciada beldad, contempla ante , ahogado y cadáver, á su cómplice Mons de Monteni.

Las improvisadas antorchas se extinguieron a la primera racha de viento y únicamente los rojos tizones oscilando en las tinieblas como fuegos fatuos iluminaban vagamente el estrecho sendero. Este les conducía por la cañada del Pino arriba, a cuya entrada se escondía en la cuesta una ancha pero baja cabaña con un techo primitivo hecho de cañas y cortezas de pino.

Que á las pocas calles encontró un alcalde rondando, y que por de prisa que llegaron al lugar de la riña, encontraron á los delincuentes huidos y al señor don Rodrigo mal herido y desmayado y abierta la ropilla como si hubiese sido robado, rodeado de los criados del señor duque de Lerma, que habían acudido con antorchas; que trasladaron al señor don Rodrigo á la casa del señor duque, y puesto en un lecho y llamado un cirujano, el alcalde tomó declaración indagatoria bajo juramento apostólico al declarante; y á los criados del duqueEsta, excelentísimo señor, es la declaración de Francisco de Juara tomada por , y á cuyo pie el declarante ha puesto una cruz por no saber firmar.

Sin duda llegarán antes de una hora; hay que avisar a las avanzadas para que les dejen acercarse, pero sin armas y con antorchas; si vienen de otro modo, hay que recibirlos a tiros. Voy allí en seguida respondió el cazador. ¡Eh, Materne! Volverás pronto a casa con tus hijos para cenar. Bien, Juan Claudio, iremos. Materne se alejó.

Llovían escombros. Al volver la cabeza vió su castillo transformado. Acababan de robarle medio torreón. Las pizarras se esparcían en menudos fragmentos; los sillares se desmoronaban; el cuadro de piedra de un ventanal se mantenía suelto y en equilibrio como un bastidor. Los maderos viejos de la caperuza empezaron á arder como antorchas.