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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Á fe mía, dijo riéndose Gualtero, que con sus cantos y gritos hacen bastante algazara para anunciar su presencia sin necesidad de guías ni emisarios. ¡Adelante! Á dos puertas se oía el estrépito de la francachela. Entraron por un portalón bajo y al final de estrecho corredor se hallaron en una gran sala iluminada por dos antorchas.

Mira pronto me dijo Oliverio, es el rey. Confusamente vi reflejos de la luz sobre cascos y sobre hojas de sables, y aquel desfile de hombres armados y de caballos herrados, resonó brevemente sobre el empedrado con eco metálico, perdiéndose luego cada vez con ruido menos perceptible, en la luminosa niebla de las antorchas.

Los trompones, los bombardinos, los cornetines de pistón cuya voz armoniosa tantas mazurkas habían cantado en el seno de la paz, trasformados repentinamente en instrumentos de guerra, brillaron siniestros a la luz de las antorchas. El tricornio del teniente cayó vergonzosamente al suelo a impulso de uno de ellos. Lo recoge.

Había recibido una sacudida violenta; pero la impresión había sido tan repentina que aun no podía darse cuenta exacta de si era de placer o de pena. Se parecía al hombre que se ha caído de un tejado y se palpa para saber si está muerto o vivo. Mil reflexiones rápidas atravesaban confusamente su espíritu, como las antorchas que cruzan un campo sin disipar las tinieblas.

Los que vienen galanteando a estas señoras todas y alumbrándolas con antorchas de colores diferentes son ladrones, fulleros, astrólogos, espías, hipócritas, monederos falsos, casamenteros, noveleros, corredores , glotones y borrachos. Aquel que viene sobre el asno de oro de Lucio Apuleyo es Creso, mayordomo mayor de la Fortuna, y a su mano izquierda, Astolfo, su caballerizo mayor.

Seguían los tiros, las aclamaciones delirantes a San Bernardo y sus hermanas, y rodeado de un nimbo rojo por el resplandor de las antorchas, saludada en cada esquina por una descarga cerrada, iba navegando la imagen sobre aquel oleaje de cabezas azotado por la lluvia que, a la luz de los cirios, tomaba la transparencia de hilos de cristal.

Luchad como valientes, Porque do quier que vayais, Como á traidores viles El mundo escupirá; Luchad, que defendemos El último baluarte, Donde salvar podremos La gloria y el hogar. ¡Al arma! Al arma! Al arma! Y el grito repetido Haga vibrar las almas Con súbita emocion, Y en torno de la hoguera Que brilla moribunda, Encienda sus antorchas Del pueblo la legion.

Oigo pasos pesados y rápidos... Llevan en la mano aceros desnudos. Les siguen los barones del viejo conde, con las cejas fruncidas, gruñendo, llenos de una cólera sorda. Las antorchas proyectan una luz lúgubre sobre la escena. VALDEMAR. ¿Sois vos, condesa? ¿Dónde está el duque? ¿Dónde está Enrique? ELSA. No comprendo lo que me preguntáis. VALDEMAR. ¿Dónde está Enrique? Soy su amigo.

Esta sensación la sentiremos, sobre todo, si para gozar como artistas de la emoción del espanto, que experimenta hasta el hombre más fuerte y bravo al entrar en una caverna, nos atrevemos á penetrar sin compañero y sin guía: sin la emulación que proporciona la compañía de los amigos, sin el amor propio que nos induce á adoptar una actitud audaz, sin el embriagamiento ficticio que producen las exclamaciones, el eco de las voces, la luz de las antorchas, sólo osamos marchar con el santo terror del griego al entrar en el infierno.

El primer pregón dióse, como de costumbre, á las puertas del Ayuntamiento, siguiendo los otros ante la Audiencia, el palacio Arzobispal, el Alcázar, y el barrio de la Feria, siendo necesario que algunos mozos, con antorchas, alumbrasen al pregonero, que se desgañitaba en medio del camino por enterar al vecindario, cómo quería Felipe V que se vistieran sus vasallos de allí en adelante.

Palabra del Dia

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