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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Me detengo y busco en mi ilusión los pajes con antorchas o el escudero armado que cierra la marcha.
Probablemente es reglamentario entre esos guerreros, de cuyas costumbres no tengo la menor idea... ¡Ah, ya han entrado! ¡Están en el patio del castillo! ELSA. Me buscan a mí. Me da vergüenza lo que he hecho, y mis mejillas enrojecidas me venderán, sobre todo al resplandor de las antorchas. Cuando tú, Enrique, me mires con una sonrisa maliciosa, me moriré de confusión.
En un momento que abrí mi ventana para oír mejor el rumor extraño que retumbaba en aquella población tan llena de vida abajo y cuyas alturas estaban ya sumidas en la noche, vi pasar por la estrecha calle dos filas de gentes que llevaban antorchas en las manos, escoltando una hilera de carruajes con relumbrantes linternas, tirados todos por cuatro caballos que marchaban casi al galope.
Roger se instaló en un ángulo algo apartado del fuego, donde podía comer y beber con sosiego á la vez que observar los hechos y dichos de aquella extraña reunión, iluminada por la luz del hogar y tres ó cuatro antorchas colocadas en aros de hierro fijos en las ennegrecidas paredes.
Después de inaugurado el terror en Mendoza de un modo tan solemne, Facundo se retira al Retamo, adonde los Aldaos llevan la contribución de 100.000 pesos que han arrancado a los unitarios aterrados. Allí está la mesa de juego que acompaña siempre a Quiroga; allí acuden los aficionados del partido; allí, en fin, es el trasnochar a la claridad opaca de las antorchas.
Nada pude ver por el momento, porque la viva luz de las antorchas y linternas que brillaban al otro lado del puente me deslumbró. Pero no tardé en distinguir los detalles de aquella escena singular. El puente estaba echado.
Nuestros pasos resonaban profundamente en las calles solitarias; la luz triste y escasa del día que comenzaba daba cierto aspecto de antorchas funerarias a los faroles que aún se hallaban encendidos, y las casas, dejando caer de sus tejados algunas gotas de lluvia, parecían llorar mi marcha.
A la humosa llamarada de las antorchas, Ramiro pudo reconocer, en medio de aquel golpe de gente, la enhiesta facha de Bracamonte. Nueva exclamación estalló: ¡Viva don Diego! Los pasos de la turba resonaban sobre las losas de modo acompasado y solemne. Son algunos vecinos que vienen acompañando a don Diego de Bracamonte exclamó Ramiro en voz alta, volviendo el rostro hacia el concurso.
Se confundían, formando un solo cuerpo erizado de relámpagos blancos en la penumbra de los árboles; se mostraban luego despegados y buscándose en el círculo de incendio de las antorchas. Oyó de pronto el coronel un maullido de dolor, un alarido de pobre bestia sorprendida. Lubimoff era el único que estaba de pie. Con un golpe de punta había cortado la yugular á su adversario.
El salón estaba sólo alumbrado por seis antorchas, ó más bien seis grandes cirios, en candeleros de plata de un tamaño verdaderamente gigantesco. A ambos costados del salón, y fronteros uno á otro, hay dos palcos ó tribunas con cancelas de hierro. Ocuparon uno las Infantas y algunos de palacio, y destinóse el otro al Mariscal.
Palabra del Dia
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