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Y como llegasen cerca de las puertas del café de la Aurora, que dejaban pasar la luz amarilla y cruda del gas, ocurriósele, por fin, la liliputiense estratagema, y con felina amabilidad dijo la viuda: Y ahora, ¿qué se hacen? Nosotros pensábamos entrar a tomar un refresco.... ¿Nos acompañarán ustedes? Un sorbetito, cualquier cosa....

Ni eran estas las únicas gracias y donaires de la cantora, antes lo mejor de su repertorio, la quintaesencia de sus monerías, guardábala para la dulce intimidad de los felices mortales que a aquella Dánae de bambalinas lograban aproximarse, bien provistos de polvos de oro. ¡Con qué felina zalamería menudeaba los golpecitos en la panza, y llamaba a graves sesentones ratoncillos, perritos suyos, gatitos, bibis, y otros apelativos cariñosos y regalados, que a arrope y miel sabían!

El señor Fermín estaba absorto contemplando las manos de Pacorro el Águila, con admiración de guitarrista. Nadie había visto en su retirada a María de la Luz. Dupont entró en la casa de los lagares, andando quedamente, empujando las puertas con una suavidad felina sin saber por qué. Registró las habitaciones del capataz: nadie.

Acaba de subir a la cubierta, y ya van saliendo del fumadero sus adoradores... ¡Saludo a la pasajera más hermosa de todo el buque! Nélida dilató los frescos labios, contestando con su sonrisa felina a la genuflexión versallesca de Isidro. Luego pasó ante «el banco de los pingüinos» irguiendo su aventajada estatura, desafiando con su mirada cándida el enojo de las imponentes señoras.

Era Miranda de origen y familia burocrática, en la cual se transmitían y como vinculaban los elevados puestos administrativos, merced a especial maña y don de gentes perpetuado de padres a hijos, a no qué felina destreza en caer siempre de pie y a cierta delicada sobriedad en esto de pensar y opinar.

Nepo, con redomada astucia, con intención felina, le iba explicando todos los asuntos correspondientes a los bienes de Cabruñana, con los términos del más riguroso tecnicismo del derecho consuetudinario. Bonis no tenía noción clara del contrato de arrendamiento.

Al decir esto no pudo impedir que una ola de carmín tiñese de nuevo sus mejillas. Volvió, para disimular, la cabeza. Sus ojos tropezaron con los de Amalia, que se posaban sobre ellos lucientes, acerados. Contempláronse un instante. La boca felina de la valenciana se contrajo con una sonrisa. Fernanda quiso corresponder con otra tan falsa, pero no pudo.

Señora exclamó Francisca con una flexibilidad enteramente felina, hablaba en broma, no me regañe usted... Era para escandalizar a Magdalena, cuya expresión de inocencia me divierte mucho. Y Francisca me envió un beso con los dedos mientras la de Ribert seguía mirándola de un modo poco tierno... Qué idea la de tomar en serio lo que dice esta loca de Francisca... Es tan niña...

Pues así como se hallaba Paca comunicándome estos pormenores, oímos hacia el pasadizo de entrada unos formidables maullidos, que a me parecieron al principio de un gato monstruoso. Después empecé a dudar que fueran producidos por ningún individuo de la raza felina. Ahí está mi marío dijo la cigarrera, levantándose agitada. ¿Su marido? pregunté con sorpresa.

Cuando se evoca la oratoria de la Convención, y el hábito de una abominable perversión retórica se ve aparecer por todas partes, como la piel felina del jacobinismo, es imposible dejar de relacionar, como los radios que parten de un mismo centro, como los accidentes de una misma insania, el extravío del gusto, el vértigo del sentido moral y la limitación fanática de la razón.