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Después fue gradualmente levantando el gallo hasta retumbar en la iglesia como un trueno. Parecía obra de milagro que tal estentórea voz saliese de aquel corpúsculo liliputiense. Aunque es verdad que el calor de sus convicciones teológicas debía ser parte muy principal a fortalecerlo. A Andrés, que se dispuso a escucharle por recurso, le pareció muy bien el exordio del sermón, elegante, atildado.

Y digo a hurtadillas, porque mi liliputiense cuerpo ha encerrado una alma altiva y orgullosa, incapaz de mostrar a nadie el espectáculo de sus debilidades... y menos a mi tía. Este era mi modo de sentir a los quince años. Pero los acontecimientos, las penas, las preocupaciones, las alegrías, en una palabra, el curso de la vida, ha flexibilizado caracteres mucho más rígidos que el mío.

Las tazas, vueltas boca abajo sobre los platillos, parecían esperar pacientes la mano piadosa que les restituyese su natural postura; los terrones de azúcar empilados en las salvillas de metal, remedaban materiales de construcción, bloques de mármol blanco desbastados para algún palacio liliputiense.

Otros autores afirman, basándose en el testimonio de personas que trataron á Enlame y pudieron oir sus confidencias, que el audaz liliputiense apenas fué conocido por la generalidad de los gigantes.

Al frente, Burjasot, prolongada línea de tejados con su campanario puntiagudo como una lanza; más allá, sobre la obscura masa de pinos, Valencia achicada, liliputiense, cual una ciudad de muñecas, toda erizada de finas torres y campanarios airosos como minaretes moriscos; y en último término, en el límite del horizonte, entre el verde de la vega y el azul del cielo, el puerto, como un bosque de invierno, marcando en la atmósfera pura y diáfana la aglomeración de los mástiles de sus buques.

Este paisaje liliputiense ofrecía la vista completa de las tierras que rodeaban el pueblo de la Presa, pero en escala tan reducida que todas cabían en el tablero. Y á través de la diminuta planicie vió de pronto galopar á un jinete no más grande que una mosca, que iba saltando con alegre soltura; la señorita Rojas, vestida de hombre y moviendo el lazo sobre la cabeza.

Poco a poco, su tono va descendiendo, y por fin toma cuerpo a cuerpo a su adversario, lo estrecha, lo hostiliza, lo modela entre sus manos, y dándole una figura deforme y raquítica, lo presenta a la burla de la Cámara, como Gulliver a un liliputiense.

Y como llegasen cerca de las puertas del café de la Aurora, que dejaban pasar la luz amarilla y cruda del gas, ocurriósele, por fin, la liliputiense estratagema, y con felina amabilidad dijo la viuda: Y ahora, ¿qué se hacen? Nosotros pensábamos entrar a tomar un refresco.... ¿Nos acompañarán ustedes? Un sorbetito, cualquier cosa....

Un liliputiense se marchó también; unos dicen que de acuerdo con el gigante; otros, y son los más, suponen que se escondió en la enorme barca con el deseo de conocer el mundo de los Hombres-Montañas. Este viajero extraordinario es célebre en nuestra historia. Su nombre fué Eulame.

En torno de la mesa, husmeando con aire goloso, estaba una diminuta perra inglesa, que, con su piel de porcelana, sus ojillos de cristal y las patas de alambre, parecía escapada de una tienda de juguetes. Al ver a sus amas, el liliputiense animal sacó la roja lengua, lanzando un ladrido que parecía un estornudo. ¡Miss...! ¡mi querida Miss! gritó Amparito, queriendo tomarla en brazos.