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Junto á él, con la diáfana blancura de los ángeles custodios, estaba una enfermera. ¡Pobre ciego!... Desnoyers iba á seguir adelante; pero un movimiento rápido de la mujer vestida de blanco, un deseo visible de pasar inadvertida, de ocultar la cara volviendo los ojos hacia las plantas, atrajeron su atención. Tardó en reconocerla.

Algunos olivos que sólo contaban trescientos ó cuatrocientos años se erguían con una arrogancia de juventud, frondosos y exuberantes, tendiendo sobre el suelo su sombra ligera, inquieta, casi diáfana, una sombra de cristal empolvado que cambiaba de sitio según el capricho del viento.

Sobre la inmensa capa de verdura que presenta la prodigiosa vegetación que se extiende por un terreno desigual y accidentado, se contempla un cielo puro y trasparente, bajo cuya diáfana bóveda baten sus alas y cantan sus amores, la pintada garza, la veloz dulili y la amorosa tórtola, cuyos cantos son interrumpidos por el agorero chillido del mamoy y el estridente graznido del fanifi.

El color azul, que es el más espiritual, el más puro y el más sublime de los colores, se adaptaba admirablemente al rostro cándido de Marta. El rayo de luz caía sobre él como una caricia del cielo, bañándolo suavemente de una claridad diáfana.

A me dejaron entrar cuando ya estuvo sentada, y entonces ¡oh Dios mío! sólo entonces me fue dable apreciar los estragos que la terrible enfermedad ha causado a mi pobre Magdalena. »Aun así está hermosa, más hermosa que nunca, pues con su larga bata abrochada hasta el cuello, se asemeja a uno de esos ángeles tan bellos, de diáfana cabeza y cuerpo inmaterial del Beato Angélico.

El agua salada más pura y diáfana mostraba bajo ciertos rayos luminosos una multitud de pequeños cuerpos, inquietos como las espirales de polvo que danzan en un rayo de sol. Estos seres transparentes, revueltos con algas microscópicas y mucosidades embrionarias, eran el plancton.

El Fausto vivo y humano, el doctor melancólico, el remozado por la bebida mágica, el amante natural, como son todos los amantes; de la natural, viva y real Margarita, se queda por allá con las Madres, y sólo vuelve su sombra, su idea pura, un símbolo, una alegoría tan diáfana y clara, que más no puede ser.

Hemos de presuponer que los velos eran tan sutiles, que no parecía sino que, por desusada manera y con arte sobrehumana, habían obligado al delgado aire a trocarse en diáfana y ligerísima tela, y aun sin embargo, Híala, para procurarse el inocente placer de contemplar a su sabor aquel nunca visto espectáculo, y también acaso para dejar ver que el delirio del Sultán tenía sobrado fundamento y razonable disculpa, con su mano de miniatura recogía contra su faz el velo, dejando así libre paso a los rayos de uno de sus ojos, argumento irresistible para quien lo alcanzara a distinguir en favor de la apasionada resolución del Sultán.

=Galería grande del jardín:= En esta galería que es diáfana sobre arcos al plan del jardín hay lo siguiente: Una estátua de la Fortuna de marmol antiguo de diez cuartas de alto sobre una basa de cerca de cinco cuartas de alto. Otra estátua de Júpiter de marmol antigua de diez cuartas de alto y le faltan los dedos de la mano derecha.

Había penetrado lo mismo que un reptil marino en ciertas cuevas de la costa, lagos adormecidos y glaciales iluminados por misteriosas aberturas, donde la atmósfera es negra y el agua diáfana, donde el nadador tiene el busto de ébano y las piernas de cristal. En el curso de estas nataciones comía todos los seres vivientes que encontraba pegados á las rocas ó moviendo antenas y brazos.