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El tío Tremontorio, sin levantar los ojos de su labor, le despide canturriando con su áspera voz esta copleja: «Por goloso y atrevido Muere el pez en el anzuelo Porque yo no soy goloso, En paz y libre navego

Así se fueron otras dos joyas que don Manuel había estimado mucho, y mostraba con la fruición de un goloso que se complace traviesamente en hacer gustar a sus amigos un plato cuya receta está decidido a no dejarles conocer jamás: un estudio en madera de la cabeza de San Francisco, de Alonso Cano, y un dibujo de Goya, con lápiz rojo, dulce como una cabeza del mismo Rafael.

La tierra cantaba de alegría con un goloso glu-glu que les llegaba al corazón á todos ellos. «¡Bebe, bebe, pobrecita!» Y hundían sus pies en el barro, yendo encorvados de un lado á otro del campo, para ver si el agua llegaba á todas partes.

Y como al presente nadie estuviese sino él y yo solos, como me vi con apetito goloso, habiéndome puesto dentro el sabroso olor de la longaniza, del cual solamente sabía que había de gozar, no mirando qué me podría suceder, pospuesto todo el temor por cumplir con el deseo, en tanto que el ciego sacaba de la bolsa el dinero, saqué la longaniza y muy presto metí el sobredicho nabo en el asador, el cual mi amo, dándome el dinero para el vino, tomó y comenzó a dar vueltas al fuego, queriendo asar al que de ser cocido por sus deméritos había escapado.

El tío Tremontorio, sin levantar los ojos de su labor, le despide canturriando con su áspera voz esta copleja: «Por goloso y atrevido muere el pez en el anzuelo; porque yo no soy goloso en paz y libre navegoSuponte ahora, lector, que estamos en un día de fiesta. ¡Bolina!... ¡Bolina! grita la voz de Tremontorio. ¿Qué hay? responde Bolina saliendo al balcón.

Añejas historias, sin tiempo ni comarca. Unas sombrías, otras milagreras y fascinadoras. Consejas de tesoros ocultos, de agüeros, de princesas, de ermitaños. Una vieja esclava, herrada en la frente, sabía cuentos de aparecidos. Ramiro la escuchaba con singular atención, cada vez más goloso de pavura y de misterio. La estancia era un vasto recinto que ocupaba casi todo el plano de la torre.

Con esto, dotado de una inteligencia enorme y de un temperamento excesivamente nervioso. Esto dependía, sin duda, del desequilibrio que existía entre aquel cuerpecillo minúsculo y su espíritu poderoso. Era sensible, puntilloso, tierno, irascible, terco y goloso, reflejándose en él alternativamente mil sentimientos opuestos, todos expresados con igual viveza.

Era una la de comerse las obleas, que con su provocativa blancura y encendido rojo le estaban convidando desde un bote de hojalata, y aun cuando sería más glorioso para nuestro héroe vencer el goloso capricho, la sinceridad obliga a declarar que alargó el dedo humedecido en saliva, y fue pescando una, dos, tres, hasta zamparse cuantas encerraba el bote.

Quien ha visto muchacho diligente Que en goloso á si mesmo sobrepuja Que no hay comparacion mas conveniente, Picar en el sombrero la granuja, Que el hallazgo le puso alli ó la sisa, Con punta alfileresca, ó ya de aguja: Pues no con menor gana, ó menor prisa Poetas ensartaba el Nume airado Con gesto infame, y con dudosa risa.

Lo dicho. ¿Te parece ni medio decente que una mujer que te da su cuerpecito haiga de estarse siempre pidiendo como chico goloso? quieres mucho mimo por poco trigo. No podemos seguir así. Me das para vivir con decoro o despejas la plaza. Ya te doy cuanto puedo..., todo lo que puedo. Pues en vez de esas roñoserías es preciso que me pases una cosa fija cada mes, como hacen todos los caballeros.