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Adivino en su rostro hace rato que desea hacerme una pregunta.... Gillespie indicó con un movimiento de cabeza que así era, y viendo que el profesor Flimnap ponía los codos en su mesita y la frente entre las manos para escucharle, se decidió á interrumpir la interesante lección.

Gracias á mi buen Miguel que me he encontrado por ahí, no duermo, ni Dorotea estudia. Cuando habla Cervantes es necesario no vivir sino para escucharle. ¡Qué ingenio! se entiende, cuando no se trata del Pérsiles. Parece mentira que el tan discreto... pero vamos al asunto, y perdone mi buen amigo añadió Quevedo cerrando el libro y dejándolo sobre la cama , ¿traéis con vos á ese sujeto?

Hasta el último momento se declara vinculada al otro, rehúsa escucharle a usted, le conjura a que la deje! A duras penas, después de insistir empeñosamente, le arranca a usted el permiso de esperar: una esperanza ambigua, incierta, lejana; un permiso que puede usted hasta dar por no recibido, que ella no podía negarle, pero que a nada la compromete.

En una de estas evoluciones de zigzag, introdújeme en el gabinete frontero, abierto de par en par, y púseme a desarreglar cachivaches y muñecos que estaban bien colocados. En esta ocupación me entretenía, cuando se me aproximó el banquero ofreciéndome su ayuda. Le di las gracias con la menor sequedad que pude, y me pidió la merced de un cuarto de hora para escucharle lo que tenía que decirme.

Pep contaba con aire de prodigioso explorador sus estupendas aventuras en tierra firme durante los años que había servido al rey como soldado en los remotos y casi fantásticos países de Cataluña y Valencia. El perro, encogido a sus pies, parecía escucharle, fijos en el amo sus ojos de suave mansedumbre, en cuyo fondo se reflejaba una estrella.

Después fue gradualmente levantando el gallo hasta retumbar en la iglesia como un trueno. Parecía obra de milagro que tal estentórea voz saliese de aquel corpúsculo liliputiense. Aunque es verdad que el calor de sus convicciones teológicas debía ser parte muy principal a fortalecerlo. A Andrés, que se dispuso a escucharle por recurso, le pareció muy bien el exordio del sermón, elegante, atildado.

Que sea hombre de Estado o embajador, llego hasta su gabinete sin hacerme anunciar, y ese grande hombre interrumpe a menudo su trabajo para cantar un dúo con su antiguo amigo... Digo un dúo... ¡un solo! Porque siempre olvido mi parte, para escucharle.

Apenas han acabado las vacaciones y los retrasados están gozando de los últimos placeres campestres y de los penúltimos rayos de sol. Era lamentable para el predicador, que debe de tener una mala opinión de la piedad de las aiglemontesas, y muy triste para , que, si no me intereso siempre por el sermón, me fijo mucho en la manera especial que tiene cada cual de escucharle.

Finalmente, habiendo pasado toda aquella noche en miserables quejas y lamentaciones, vino el día, con cuya claridad y resplandor vio Sancho que era imposible de toda imposibilidad salir de aquel pozo sin ser ayudado, y comenzó a lamentarse y dar voces, por ver si alguno le oía; pero todas sus voces eran dadas en desierto, pues por todos aquellos contornos no había persona que pudiese escucharle, y entonces se acabó de dar por muerto.

Quien está desatinado eres decía el padre. ¿Á dónde vas? ¿No calculas el escándalo de lo que te propones hacer? Déjeme V., Padre. Yo no calculo nada. Esto es una perdición. Dios te ha dejado de su mano. Oye cuatro palabras con reposo y haz luego lo que quieras. Carezco de fuerzas para detenerte. El P. Jacinto cedió en su resistencia y el Comendador se paró á escucharle.