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Siempre has tenido la manía de ponerte muy guapote... y sin consecuencias ulteriores, como no sea la de enseñarte de balde por esas calles de Dios... Hasta ahora no te he visto conquistar a nadie más que a la planchadora del colegio... Esto último se lo dijo en un tono más irritado, que podía achacarse muy bien al recuerdo de su derrota. ¿Qué te propones saliendo a la calle tan perfilado?

le propones que se decida en un mes o por los placeres de esta capital, por los triunfos de amor propio que aquí pueda tener y por las esperanzas ambiciosas que puedan nacer en su alma, o por tu persona, tu amor y tu mano. Esto sería discreto si no hubiese una circunstancia que lo echa a perder y que ha descubierto ella en seguida. »Es esta circunstancia tu ausencia.

Lo que me propones es tentar a Dios; es peligroso para y para ella. ¿Y por qué ha de ser tentar a Dios? Pues si Dios ve la rectitud y la pureza de tus intenciones, ¿no te dará su favor y su gracia para que no te pierdas en esta ocasión en que te pongo con sobrado motivo? ¿No debes volar a librar a mi niña de la desesperación y traerla al buen camino?

Quiero decir... pero respóndeme en serio... quiero decir, si tal como estoy, con la tubería descompuesta... Ya lo creo, por poder... Eso te lo digo, porque después de eso, me decidiría a aceptar lo que propones, el retraimiento, cortar la coleta, etc... Mira, inocente, no te cuides de aumentar la especie. Mientras menos seres humanos nazcan, mejor. Para lo que vale esta vida...

La llevaré conmigo a todas partes, porque en mi alma está enterrada y sólo procuraré que el mundo burlón e impío no profane mi dolor con su contacto. Del mismo modo que ustedes, yo a mi vez quiero estar solo. Cada uno de los tres puede tener por su parte a Magdalena aunque miles de leguas nos separen a unos de otros. ¿Es decir que te propones viajar? preguntó el doctor.

Además, yo he prometido á mi madre que seré monja, y para que lo sea, ha despedido ella á D. Casimiro. ¿Cómo faltar ahora á mi promesa, burlarme de mi madre y hasta de Cristo, á quien he dado palabra de esposa? ¿Qué infamia me propones?

Y cuando pienso á todas horas en mi encuentro de ayer, y veo el sitio que me ofrecía burlonamente el maldito rojo, como si yo fuese una hembra, como si nunca pudiera sentirme capaz de ocuparlo, ¡ me propones que arregle un encuentro mortal con otro de esos hombres que se consideran, no sin razón, superiores á nosotros!... No; ya lo sabes: no acepto.

Apenas puedo creer dijo que no repares ya en mi vejez, que no pienses en que puedo ser tu abuelo y que me quieras como aseguras. ¿Pretendes, acaso, burlarte de y trastornarme el juicio? ¿Te propones halagarme con la esperanza de una felicidad que no me atrevería yo a concebir en sueños, para matarme luego desvaneciéndola? No, vida mía; yo no quiero desvanecer tu esperanza, sino realizarla.

Al expirar el plazo, cuyo término caía en lunes, don Juan recibió respuesta con estas palabras, de mano de Cristeta: «Estoy malucha, y además no puedo ni debo aceptar eso que propones; el domingo que biene toma un palco alto, para por la tarde, en cualquier teatro, y enbiamelo: de otro modo, nada. ¡Qué semana!

Dominado por una gran emoción, el señor Aubry murmuró con voz temblorosa: Juan, hijo mío, jamás consentiré en que hagas tales sacrificios, jamás, hijo mío... pero te los agradezco; es bueno, es grande, lo que me propones con tanta sencillez; es la acción de un noble corazón. has ganado ese dinero economizando; yo no puedo aceptarlo, sería expoliarte.