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Pues amémonos, amémonos, pero no como dos hermanos. Tus ojos, esos hermosos y brillantes ojos, húmedos por las amargas lágrimas de la orfandad, me dicen que me amas. En vano pretendes ocultarme que vives para ; es inútil que te empeñes en esconder así ese secreto de tu corazón. ¿No ves que a cada momento te traicionan tus miradas?

Apenas puedo creer dijo que no repares ya en mi vejez, que no pienses en que puedo ser tu abuelo y que me quieras como aseguras. ¿Pretendes, acaso, burlarte de y trastornarme el juicio? ¿Te propones halagarme con la esperanza de una felicidad que no me atrevería yo a concebir en sueños, para matarme luego desvaneciéndola? No, vida mía; yo no quiero desvanecer tu esperanza, sino realizarla.

Si te he de hablar con franqueza, no creía yo posible que pudieses salir de tu celda, débil como estás, baldado por los dolores y velados tus ojos de densa nube que desde hace algún tiempo apenas te deja ver distintamente las cosas, sino de un modo vago y confuso y como al través de una neblina. ¿Qué quieres de ? ¿Por qué has venido hasta aquí, con paso vacilante e incierto, a tientas y sin duda apoyándote en las paredes? ¿Qué es lo que de pretendes todavía?

¡Por los clavos de Cristo, protejedme, buen caballero! exclamó en aquel punto el del crucifijo, poniéndose de rodillas y tendiendo las manos en ademán suplicante. Cien doblas tengo en el cinto y vuestras son si matáis á mi verdugo. ¿Cómo se entiende, tunante? ¿Pretendes comprar con oro el brazo y la espada de un noble?

Pues, si descendemos, si pretendes que me trate con la mujer del escribiente, del portero o del empleadillo, ¿de dónde infieres que he de hallar en ellas toda la severidad de Lucrecia? ¿Está acaso vinculada la virtud en la gente humilde? ¿Es la honestidad privilegio exclusivo de las hembras menesterosas?

LEONOR. ¡Si ver pudieses la lucha horrenda que mi pecho abriga! ¿Qué pretendes de ? ¿Que infame, impura, abandone el altar, y que te siga amante tierna a mi deber perjura? Mírame aquí a tus pies, aquí te imploro que del seno me arranques de la dicha; tus brazos son mi altar, seré tu esposa, y tu esclava seré; pronto, un momento, un momento pudiera descubrirnos y te perdiera entonces.

¿Cómo he de olvidar lo que hiciste conmigo? Bueno..., ¿qué buscas, qué pretendes? ¿La satisfacción de oírme que hice mal? ¿que te diga que me arrepiento? ¿que ni siquiera me porté como caballero? Corriente; no merezco ni lástima...; humíllame, véngate cuanto quieras; pero, ¡por Dios, Cristeta, vida mía! ¿a quién has querido, de quién eres...? ¡yo no puedo vivir así!

Yo me encargo de mandarlo a su tribu de un puntapié dijo el viejo marino . No me asusta el chuzo que lleva en la mano, capitán Stael. Veamos antes, señor salvaje dijo el Capitán, avanzando hacia él , qué es lo que pretendes. El australiano, que se mantenía inmóvil empuñando su chuzo, al ver al Capitán acercarse, se golpeó con la mano izquierda el vientre, que resonó como un tambor.

PROCLO y EUMORFO a quien Marino acompaña, yéndose luego. EUMORFO. Abismo del saber, lucero de la filosofía, archivo de todas las noticias divinas y humanas... PROCLO. Amable mancebo, déjate de lisonjas y di lo que pretendes. EUMORFO. Pretendo que me ilustres un poco. EUMORFO. No me desdeñes así. Confieso que no tengo por las ciencias la vocación más decidida.

No me adules. Di qué pretendes de . CREMATURGO. , que lo sabes todo, ¿no podrías decirme de qué medio me valdré para que mi amada sea mía, solamente mía? PROCLO. No llega tan lejos mi saber. Si llegara, le hubiese yo empleado en favor mío, que buena falta me ha hecho. CREMATURGO. Veo que tu saber no vale un comino. Harto me lo sospechaba yo.