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¿Pues de quién han de ser, farsante, sino mías? ¿Por ventura no soy yo Hugo de Clinton, descendiente de Godofredo y de todos los señores que ha tenido Munster por más de trescientos años? ¿Pretendes disputármelo, falderillo? Pero no, que eres de una raza tan perezosa para trabajar como cobarde para habértelas con un hombre. ¡Huye ó te estrello!

¿Qué disparates son los tuyos? interrumpió doña Luz . ¿Qué extravío de ideas? ¿Qué necias distinciones pretendes hacer? ¿Cómo cohonestar el amor de un fraile a una doncella honrada? Tal amor es impuro siempre; es infame; es sacrílego.

Casome Aurelio con él; Que hasta tanto que tuviese La bendición de la Iglesia No fué posible moverme. Dos meses fué mi marido. ¿Que no se supo en dos meses? No, padre, porque el peligro... No hay cosa que más enferme. Pues como me vi casada, Y que casarme pretendes, Dime la muerte, y estoy A donde imaginar puedes.

Y dijo, de pronto, Fernando: Pero no eres de mi cuerda; no te divierten mis aventuras ni te enardecen mis proyectos.... Para ti la mujer es una cliente, un caso patológico.... Ya que eres un San Antonio sin tentaciones.... Apuesto a que no has reparado en Rosa la del Molino, ni en la propia Carmencita; y, mira, esa era para ti que ni pintada...; ¿por qué no la pretendes?

El tío Guichard acaba de morir y nosotros somos prometidos ... Pretendes que hubieras podido ser una buena esposa; pruébalo. La señorita Guichard se puso pálida como si fuera á morir. Sus ojos interrogaron confusamente la cara de Roussel, que estaba grave y solemne. Después balbuceó: Fortunato ... ¿qué quieres decir? No me des una falsa alegría ... ¡Me matarías! ¡Lejos de tal pensamiento!

La prueba es que nosotras estábamos decididas a acompañarte, a no separarnos de ti; pero ahora, que irá contigo tu sobrino Enrique, no tienes necesidad de nuestros cuidados. ¿Qué pretendes darme a entender con esas palabras?

Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡oh Anselmo!, ha sido por lo que a ti te toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a me conviene; y si fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has entrado y de donde quieres que yo te saque. me tienes por amigo y quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo pretendes esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la quieres quitar a está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti no hay duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle mi mal deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su mesma deshonra. Y de aquí nace lo que comúnmente se platica: que el marido de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para que su mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su descuido y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le llaman y le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran, los que la maldad de su mujer saben, con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de lástima, viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa por que con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión, para que ella lo sea. Y no te canses de oírme, que todo ha de redundar en tu provecho. Cuando Dios crió a nuestro primero padre en el Paraíso terrenal, dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que, estando durmiendo, le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó a nuestra madre Eva; y, así como Adán despertó y la miró, dijo:

Y qué te equivocabas, ¿por qué?... ¿pretendes imponerme, también, tus ideas o fórmulas de amor filial?... ¿me consideras capaz de la villanía de proclamar mi amor a mi madre como el más grande de los que mi corazón puede y debe sentir? ¡Melchor!... ¡Pero qué estás diciendo, por Dios!... ¿, el hijo amantísimo, hace dos meses, vas a declarar ahora que no quieres a tu santa madre?

De modo que , pobre, miserable, destinada a un trabajo rudo y penoso, mal alimentada, mal vestida, sin fuego con que calentarte, sin lecho en que dormir, ¿estás resignada con tu suerte? , señor, contestó Amparo repitiendo su triste sonrisa. ¡Oh! no conoces al mundo, eres muy joven; estás soñando. Me he criado en una casa de vecindad y tengo ya catorce años. ¿Pretendes tener experiencia?

Advierte que el decir y el acabárseme la vida ha de ser todo a un punto. ¡Ah traidor don Fernando, robador de mi gloria, muerte de mi vida! ¿Qué quieres? ¿Qué pretendes?