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Á fuerza de palos, ¡puño! ¿Cuándo me has visto brincar atrás ó esconder el cuerpo al empezar la bulla? Al empezar no, pero al concluir te han visto muchos entre los pellejos de vino ó detrás de las sayas de las mujeres. ¡Mientes, puño! ¡Mientes con toda la boca! El día del Obellayo si no es por , que di la cara á Firmo, os llevan los de Rivota de cabeza al río.

En un país muy extraño vivió hace mucho tiempo un campesino que tenía tres hijos: Pedro, Pablo y Juancito. Pedro era gordo y grande, de cara colorada, y de pocas entendederas; Pablo era canijo y paliducho, lleno de envidias y de celos; Juancito era lindo como una mujer, y más ligero que un resorte, pero tan chiquitín que se podía esconder en una bota de su padre. Nadie le decía Juan, sino Meñique.

Resonó en aquel momento a su espalda la voz de Jacobo, y apresuróse a esconder prontamente en el bolsillo de su falda la malhadada carta. Jacobo reunía a su grey, porque iban ya a dar las dos y media, y a poco que se detuvieran en la visita a Loyola podrían llegar a Zumárraga demasiado tarde.

Salvador la pulsó, acariciándola como a un ángel o como a un niño, blanda y dulcemente. La fiebrecilla que, al atardecer, la enardecía, había remitido en el bienhechor reposo de aquellas últimas horas, y al esconder los ojos a la sombra ideal de las pestañas, el buen sueño reparador la besó en los párpados, hasta que, vigilada de cerca por el amor, se quedó dormida.

1176 Les alvierto solamente -y esto a ninguno le asombre, pues muchas veces el hombre tiene que hacer de ese modo-; convinieron entre todos en mudar allí de nombre. 1177 Sin ninguna intención mala lo hicieron, no tengo duda; pero es la verdá desnuda -siempre suele suceder-: aquel que su nombre muda tiene culpas que esconder.

Ramiro, ahitado de lecturas religiosas, cogió las Aventuras de Silves de la Selva y fuese a esconder en un obscuro recoveco del monte que formaban tres gruesos peñascos a la sombra de una encina. Tendido en el suelo, con la sien sobre el puño, suspendía por momentos la lectura, para sentir mejor el deleite de su escondrijo.

Amaneció y, antes que él despertase, yo me levanté y me fui a una posada, sin que me sintiese; torné a cerrar la puerta por de fuera y echéle la llave por una gatera. Como he dicho, me fui a un mesón a esconder y aguardar comodidad para ir a la Corte. Dejéle en el aposento una carta cerrada, que contenía mi ida y las causas, avisándole que no me buscase, porque eternamente no lo había de ver.

Porque cuando mis ojos se arrasan, me sobreviene al poco tiempo uno de esos horribles ataques, en que no pudiendo resistir lo íntimo del dolor de mi corazón, grito y me revuelco, y me destrozo: y entonces vienen las ligaduras y el lecho de tormento y el horrible casco de nieve. ¡Me creen loco! Es necesario pues olvidar, procurar olvidar; secar las lágrimas y esconder estas memorias.

El no tiene fortuna, es verdad, pero yo les tendría en mi casa. Estoy obligada a esconder a la familia de mi esposo la inclinación que siento por esta alianza, pero si yo hiciese, al parecer, cierta violencia, no podría llegar jamás a conseguir la unión de estas pobres criaturas.

Unas se agachaban resguardándose tras el barandal de fábrica cuando venía la pedrada; otras asomaban la cabeza un momento y la volvían a esconder. Los proyectiles menudeaban, y con ellos las voces de aquella endemoniada mujer. Parecía una amazona.