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«Y mientras tanto, no pensar en cosas serias; divertirse, alborotar, como manda el señor Quintanar, que además de tener derecho para mandarlo, pide muy cuerdamente. , señora, ¿por qué no?

Era cosa que me causaba náuseas verla echar cucharadas colmadas en cuantos platos se la presentaban. D. Oscar comía rajas de naranja con aceite y vinagre. D.ª Tula espolvoreaba de azúcar los pimientos. Así se pasaron diez o doce días. La exactitud de don Oscar me abrumaba. Estuve por mandarlo al diablo más de veinte veces.

Esteven, de una palmada nerviosa, se echó el gorro sobre la nariz. ¿Qué hacer? pagarlos, después de dar al chico una buena felpa y mandarlo a un pontón por seis meses.

Imagínese, señor, cómo estaré yo, que tengo que mandar dos postillones, que deben ser muertos también. Esto me mata. Aquí hay un niño que es sobrino del sargento de la partida, y pienso mandarlo; pero el otro... ¿a quién mandaré? ¡A hacerlo morir inocentemente

Recibiole D. José Relimpio con ciertos asomos de severidad, dándole una palmada en el hombro y diciendole: «Hombre, veremos cómo te portas ahora». Pero D.ª Laura, implacable y fiera, dijo que Mariano no se sentaría a su mesa, aunque bajase Cristo a mandarlo.

Una casualidad providencial me hacía dueño de la situación. Aquellos cobardes no se atreverían conmigo más que con Ruperto; y en cuanto a éste, me bastaba alzar el brazo y de un disparo mandarlo al otro mundo a dar cuenta de sus crímenes. Ignoraba hasta mi presencia allí. Sin embargo, nada de eso hice. ¿Por qué? Nunca lo he sabido.

Después de algunos minutos, la señora de Maurescamp tomó el partido de mandarlo a acostar, puesto que no servía para otra cosa. El niño acababa de salir, cuando una fuerte ráfaga de viento sacudió las persianas del salón. ¡Ah! ¡Dios mío! exclamó Juana , ¿oís? es una verdadera tempestad y nieva también, ¿verdad?

El castillo está dispuesto para el recibimiento del noble prometido. Voy a mandar que enciendan nuevos fuegos; los barriles de alquitrán están ya apagándose. ELSA. ¡Padre! EL CONDE. ¿Queréis, quizá, que os envíe a vuestras damas de compañía? No tenéis más que mandarlo. Pero no; el amor prefiere la soledad. Perdonad a un viejo que ha olvidado ya lo que es el amor. ¡A vuestras órdenes!

Fue la que nos prestó los ocho duros aquellos, ¿sabe? cuando la señora tuvo que sacar cédula con recargo, y pagar un poder para mandarlo a Ronda. Ya... la que venía todos los días a reclamar la deuda y nos freía la sangre. La misma. Pues con todo, es buena mujer. No nos hubiera reclamado por justicia, aunque nos amenazaba. Otras son peores.

¿Es posible? ¿Conque no hay Fígaro? ¡Oh! ¡Habrá Fígaro, habrá Fígaro! Venceremos las dificultades... ¡Ah! se me olvidaba: ¡Papel! A una fábrica, a otra, a otra... Este es chico, este caro, este grande, este moreno, este con demasiada cola... Mire usted, como usted lo quiere no lo hay me dicen por fin . Es preciso mandarlo hacer. Pues lo mando hacer: para dentro de ocho días.