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ABIND. Mi bien, alma y vida; La esperanza entretenida, Ansí negocia el favor. JARIFA. Luego ¿diréte mi bien? ABIND. ¿Soy tu bien? JARIFA. . ABIND. Pues bien dices, Y por que ansí le autorices Al amor contra el desdén. JARIFA. Luego, si mi alma eres, ¿Ansí tengo de llamarte? ABIND. ¿Eso tengo de enseñarte, O es que decirlo no quieres?

Si pisa los clavos no tardarás en hallarla vuelta como una media: te seguirá á todas partes y no verá ya sino por tus ojos... Si entrase sin pisar los clavos, entonces hace falta que digas á las doce de la noche una oración que voy á enseñarte...

¿Qué arrebato es ése? ¿A qué conduce esa tontería? ¿Qué dirán estos señores?... Dirán, con motivo, que no tienes educación, y que en nuestra familia no ha habido quien hubiera sabido enseñarte... ¡A ver si coges las cartas ahora mismo! No quiero. ¿Qué, qué dices, necia? ¡, , eres tonta!... ¿Se habrá visto una criatura más díscola?... Co... co... coge las cartas enseguida...

Te ha dejado crecer en la soledad de unas minas, sin enseñarte una letra, sin hacerte conocer las conquistas más preciosas de la inteligencia, las verdades más elementales que hoy gobiernan al mundo; ni siquiera te ha llevado a una de esas escuelas de primeras letras, donde no se aprende casi nada; ni siquiera te ha dado la imperfectísima instrucción religiosa de que ella se envanece.

Entonces el Cojuelo, previniéndole, le dijo: Advierte que quiero empezar a enseñarte distintamente, en este teatro donde tantas figuras representan, las más notables, en cuya variedad está su hermosura. Mira allí primeramente cómo están sentados muchos caballeros y señores a una mesa opulentísima, acabando una media noche ; que eso les han quitado a los relojes no más.

Se cogieron del brazo otra vez, y Maltrana condujo a la joven a una galería de nichos, en lo más hondo del cementerio. Quiero enseñarte cómo acaban los hombres de talento, cómo reposan los que en vida tuvieron aduladores y fanáticos... Mira. Y después de una rápida busca con los ojos, le señaló un nicho, el más mísero de todos.

Melia no dudaba de la habilidad de su amante, pero había querido eludir la prueba. ¡Cobarde! había gritado Kernok ; ¡pues bien! para enseñarte, voy a romper el vaso en que bebes. Y diciendo esto había empuñado una pistola, y el vaso de Melia, roto por la bala, había saltado en mil pedazos.

Te digo que se ha de hablar de hasta en la Habana. Bien, bien dijo la Nela con alegría : pero mira que has de ser buen hijo, pues si tus padres no quieren enseñarte es porque ellos no tienen talento, y pues lo tienes, pídele por ellos a la Santísima Virgen y no dejes de mandarles algo de lo mucho que vas a ganar. Eso lo haré.

Pero escribía otra vez, procuraba reportarse, y al cabo la indignación, la franqueza necesaria a su pasión estallaban por otro lado; y entonces era él mismo quien aparecía hipócrita, lascivo, engañando al mundo entero. «, , decía, yo me lo negaba a mismo, pero te quería para ; quería, allá en el fondo de mis entrañas, sin saberlo, como respiro sin pensar en ello, quería poseerte, llegar a enseñarte que el amor, nuestro amor, debía ser lo primero; que lo demás era mentira, cosa de niños, conversación inútil; que era lo único real, lo único serio el quererme, sobre todo yo a ti, y huir si hacía falta; y arrojar yo la máscara, y la ropa negra, y ser quien soy, lejos de aquí donde no lo puedo ser: , Anita, , yo era un hombre ¿no lo sabías? ¿por eso me engañaste?

Siempre has tenido la manía de ponerte muy guapote... y sin consecuencias ulteriores, como no sea la de enseñarte de balde por esas calles de Dios... Hasta ahora no te he visto conquistar a nadie más que a la planchadora del colegio... Esto último se lo dijo en un tono más irritado, que podía achacarse muy bien al recuerdo de su derrota. ¿Qué te propones saliendo a la calle tan perfilado?