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Esta es la política del Brasil con los gobiernos de Montevideo, Buenos-Aires y el Paraguay: aduladores torpes han hecho creer á los gobiernos de Don Pedro II que el Brasil podia y debia seguir la conducta de los Estados-Unidos; que debia hacer en el Sur lo que ellos práctican en el Norte, y que siendo los dos pueblos mas fuertes de la América nada mas natural que marchar por el mismo camino.

¡Estéril el período literario que atravesamos! ¿Vale la pena tan peregrina acusacion de que nos ocupemos de ella un momento más? Hace algunos años, ofrecía la Plaza de Santa Ana un aspecto muy distinto del que ahora presenta; y, sin duda porque el que estas líneas escribe la contemplaba entónces con los aduladores ojos de la adolescencia, infinitamente más bello.

Estoy de acuerdo con él: mejor es someterse al fallo de una junta directiva compuesta de los más entendidos y reputados literatos, que no al capricho de un empresario, tal vez ignorante, y tal vez sujeto al influjo de envidiosos y aduladores que, hasta por no dar la cara, pueden dar, sin temor ni escrúpulo, muy malos consejos.

Se cogieron del brazo otra vez, y Maltrana condujo a la joven a una galería de nichos, en lo más hondo del cementerio. Quiero enseñarte cómo acaban los hombres de talento, cómo reposan los que en vida tuvieron aduladores y fanáticos... Mira. Y después de una rápida busca con los ojos, le señaló un nicho, el más mísero de todos.

Ambos se abrazaron, y algunos aduladores del Padre de los Maestros sintieron que no estuviesen presentes los fotógrafos de los periódicos para retratar el abrazo de los dos genios más célebres del país.

Por este solo rasgo serian acreedores nuestros poetas á la corona cívica, aun cuando no fuesen dignos de ceñir sus sienes con el lauro literario de los grandes génios. En la antigua Roma, el despotismo de Augusto tuvo por auxiliares la musa de Horacio, de Virgilio y de Ovidio; y la bárbara tiranía de Neron tuvo por aduladores á Séneca y á Lucano, notables poetas de la decadencia latina.

Los intrigantes suben; los amigos, los aduladores, los lacayos medran sin necesidad de sermones; pero nosotros, los que hemos de ascender por nuestro mérito apostólico, no podemos ser impacientes, tenemos que esperar en una actitud digna de sumisión y respeto. ¡Farsa, pura farsa! ¡Oh, si yo echase a volar mi dinero!... Pero mi dinero es de mi madre, y además yo no quiero comprar lo que es mío, lo que merezco por mi cabeza, no por mis arcas. ¿No quedábamos en que era yo una lumbrera? ¿No se dijo que en tenía firme columna el templo cristiano?

¡Cuántas veces en mis noches de horror, encadenado á mis compañeros de miseria, he recordado aquellas repugnantes escenas, en las que tenía el valor de oponer á las lágrimas de mi madre un cinismo burlón y feroz! ¡Cuánto he deplorado aquella ceguera que me entregaba á los consejos pérfidos de mis aduladores y de mis parásitos y me impedía ver la actitud suplicante de dos ángeles que querían salvarme!... Pero yo estaba destinado á la desgracia y, debo confesarlo, muy justamente.

Yo soy la que tengo que agradecerle que sea tan bueno, tan llanote, a pesar de su categoría, que casi es la que viene detrás del Papa.... Y la verdad es añadió la vieja con la arrogancia de su franqueza que nada pierde siendo así. Amigas como yo no tendrá usted ninguna. A usted no le rodean más que aduladores y pillos, como a todos los grandes de la tierra.

Vivia en frente de su casa un tal Arimazo, sugeto que llevaba la perversidad de su ánimo en la fisonomía grabada: corroíale la envidia, y reventaba de vanidad, dexando aparte que era un presumido de saber fastidioso. Como las personas finas se burlaban de él, él se vengaba hablando mal de ellas. Con dificultad reunia en su casa aduladores, puesto que era rico.