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Actualizado: 9 de mayo de 2025
Se satisfacía teniéndolo horas enteras paseando frente a su casa, con la obligación de escucharle y apoyar todas sus palabras. Algunas veces, Gabriel sentía lástima ante la dependencia moral en que vivía el pobre joven, y abandonando a su sobrina, salía al claustro para unirse a ellos.
Por la noche tornó a salir y a cantar trozos de ópera y piezas de canto: vuelta a reunirse la gente en torno suyo y vuelta a intervenir la autoridad gritándole con energía: Adelante, adelante. ¡Pero si iba adelante no ganaba un cuarto, porque los transeúntes no podían escucharle!
María entró precipitadamente en el cuarto en que se hallaba Stein y se puso a escucharle con la mayor atención, inclinando el cuerpo hacia adelante, con la sonrisa en los labios, y el alma en los ojos. Desde aquel instante, la tosca aspereza de María se convirtió, con respecto a Stein, en cierta confianza y docilidad, que causó la mayor extrañeza a toda la familia.
Le decía que la había puesto en un compromiso serio, que su corazón le estaba pidiendo una cosa y que le era imposible escucharle; que obstáculos gravísimos le impedían responder como quisiera, etc.; una serie de palabras melosas para disfrazar unas calabazas muy amargas.
El niño, apoyado ahora en la rodilla del antiguo soldado, jugaba con su espada, como de costumbre, tanteando los filos, curioseando las manchas de la hoja, o blandiéndola ante sí, con infantil arrogancia; pero al advertir la expresión pensativa del hombre, hincó el acero en el piso y, apoyando ambas manos en la gruesa empuñadura, se dispuso a escucharle. Medrano comenzó de mal gesto.
Y lo más censurable era que, al encararse con sus tozudos animales, azuzándoles con blasfemias mejor que con latigazos, los chiquillos del barrio acudían para escucharle con perversa atención, regodeándose ante la fecundidad inagotable del maestro. Los vecinos, molestados a todas horas por aquella interminable sarta de maldiciones, no sabían cómo librarse de ellas.
Tú mismo, muchacho continuó don Fernando, te expones a un sermón, si Dupont sabe que paseas conmigo. Fermín hizo un movimiento de hombros. Estaba acostumbrado a los enfados de su principal y a las pocas horas de escucharle ya no se acordaba de sus palabras. Además, hacía tiempo que no había hablado con don Fernando y le placía pasear con él en este suave atardecer de primavera.
Acaso con el tiempo Osuna se convencería, le tocaría Dios en el corazón y podría realizarse con su anuencia lo que tanto anhelaba. Obdulia no quiso escucharle. Había padecido ya demasiado. Dios no podía querer que obedeciese a un padre tirano y cruel que desobedecía él mismo las leyes divinas poniendo trabas a la salvación de una hija.
La exposición seria y concienzuda que nos hizo del carácter de cada uno de sus yernos y nueras duró cerca de una hora. El catalán, cuando lo juzgó conveniente, hizo de la capa almohada y se tendió a lo largo, y no tardó en roncar. Yo me vi obligado a escucharle largo rato aún, si bien a la postre concluí por pensar en mis asuntos, dejándole despacharse a su gusto.
Fernando suplicó como un niño atemorizado. ¡Valor! Debía sobreponerse a sus emociones. Teri era valiente cuando quería. Te vas gimió ella, sin escucharle . Ahora me convenzo. Hasta este instante no había visto claro. Es cierto que te vas. ¡Y no hay remedio!... ¡Qué cosa tan horrible!
Palabra del Dia
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