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Cuando entró Fortunata, el juego del hilo y de la pelota estaba suspendido, por ley de variedad, y D. Evaristo tenía en la mano su bilboquet, saltando la bola, y acertando muy raras veces a clavarla en el palo. Dos o tres gatitos blancos con manchas grises enredaban sobre el buen señor.

La Loca, no contenta con convertir su patio en corral, se apoderaba del carro y metía la prole en el capazo para resguardarla del sol. ¿No era aquello abusar de la paciencia de un hombre?... Se acabó todo. Y abarcando en sus manazas a los cinco gatitos, los arrojó en montón a sus pies. Iba a aplastarlos a patadas; lo juraba, ¡voto a esto y lo de más allá! Iba a hacer una tortilla de gatos.

Jacinta se avergonzaba de antemano, poniéndose colorada, sólo de considerar que entraba Barbarita diciéndole con su maleante estilo: «Pero hija, ¿conque es cierto que mandaste a Deogracias meterse en las alcantarillas para salvar unos niños abandonados...?». Sólo a su marido, bajo palabra de secreto, contó el lance de los gatitos.

Al ver entrar a su amiga, el inválido puso una cara muy risueña. Todos los sentimientos los expresaba ya riendo. La mandó sentar a su lado, y aun quiso seguir en su solaz inocente; pero tuvo que suspenderlo para coger la trompetilla. Fortunata cogió en sus manos uno de los gatitos para acariciarlo.

Ni eran estas las únicas gracias y donaires de la cantora, antes lo mejor de su repertorio, la quintaesencia de sus monerías, guardábala para la dulce intimidad de los felices mortales que a aquella Dánae de bambalinas lograban aproximarse, bien provistos de polvos de oro. ¡Con qué felina zalamería menudeaba los golpecitos en la panza, y llamaba a graves sesentones ratoncillos, perritos suyos, gatitos, bibis, y otros apelativos cariñosos y regalados, que a arrope y miel sabían!

El portero prestó atención; después se puso de cuatro pies, mirando a su ama con semblante de marrullería y jovialidad. «Pues... esto... ¡Ah!, son unos gatitos que han tirado a la alcantarilla». ¡Gatitos!... ¿estás seguro... pero estás seguro de que son gatitos? , señorita; y deben ser de la gata de la librería de ahí enfrente, que parió anoche y no los puede criar todos...

Con esa cara de pascua, y tiene más ponzoña que una víbora. «¡Pérfida!, ¡desleal!, ¡traidora!...» Por eso tuve tanto gusto en hacerte rabiar con el teniente; para vengarme. Se acabaron los versos; y si me disparas algún soneto, te frotaré los hocicos con él, ¿sabes, niño? como a los gatitos cuando son cochinos.