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Los dignos brutos están todos enjaezados con hermosas libreas en sus magnificas é interminables cuadras, y parecen enorgullecerse al recibir las visitas de tantos extranjeros, ya pateando con garbosa satisfaccion, ya irguiendo sus lustrosos cuellos y sus abundantes y crespas colas, como cisnes terrestres.

El corral, cercado antes con podridos cañizos, tenía ahora paredes de estacas y barro, pintadas de blanco, sobre cuyos bordes correteaban las rubias gallinas y se inflamaba el gallo, irguiendo su cabeza purpúrea.... En la plazoleta, frente á la barraca, florecían macizos de dompedros y plantas trepadoras.

No hay nada de eso repuso enérgicamente, irguiendo su busto como si fuese a levantarse. Todo son invenciones tuyas. No hay más, que estoy cansada de noviazgos, que no quiero hombre, que pienso pasarme la vida al lado de padre y de ti. ¿Con quién mejor que con vosotros? ¡Se acabaron los novios!

¿Separarnos? ¡Jamás! me contestó el buen viejo irguiendo su noble cabeza y acompañando sus palabras con un gesto enérgico que denotaba el profundo sentimiento que le había ocasionado mi resolución. ¿Separarnos? ¡Nunca! me repitió: mire, Julio... Mira, hijo mío agregó, déjame que te tutee, mis canas me dan derecho para ello, ¿es cierto?

Pero un momento después, aquella madre desgarrada por el dolor, aquel ser que sólo parecía capaz de ruegos y de lágrimas, púsose en pie de un solo impulso, irguiendo su talle ante Ramiro. Era una transformación asombrosa, una ballestada del ánimo. Todo el brío de la estirpe brilló un momento en aquella frente de abadesa indignada. Con voz casi hombruna y justiciera, exclamó: Basta de blanduras.

Aun cuando todo el tiempo estaba ¡brum! ¡brum! irguiendo su elevada estatura, adiviné su emoción por el temblor de su brazo sobre el mío, y especialmente, por la insólita palidez de su nariz, un narigón de sabihondo, rojo por el estudio y por la cerveza de Munich.

¡Ah!... Ya estaba allí, de pie en el esquife, apoyado en larga espada, el escudo embrazado, cubierto el pecho de escamas de acero, irguiendo su arrogante figura de buen mozo festejado por toda la aristocracia de Europa, y deslumbrando de cabeza a pies, cual un pescado de plata envuelto en seda. Silencio absoluto; aquello parecía una iglesia.

¡Soy yo quien te llama, hijo! profirió la señora irguiendo altivamente la cabeza. Todavía tardó aquél en aparecer. Al fin se presentó y cruzó el gabinete tan confuso que bien se notaba que había visto a Mario, por más que afectase otra cosa. ¿Qué tenías que hacer, hijo? le preguntó la señora con acento altanero. Moreno balbuceó una disculpa ininteligible.

Pues bien, las jóvenes distinguidas no pudiendo soportar, como es natural, el contacto de otras jóvenes menos distinguidas, empezaban a desertar del paseo acostumbrado yéndose por pelotones al otro camino. Desde allí, irguiendo la noble cabeza, miraban, al través de la red de carruajes, desfilar a sus enemigas naturales por el paseo de enfrente.

Acaba de subir a la cubierta, y ya van saliendo del fumadero sus adoradores... ¡Saludo a la pasajera más hermosa de todo el buque! Nélida dilató los frescos labios, contestando con su sonrisa felina a la genuflexión versallesca de Isidro. Luego pasó ante «el banco de los pingüinos» irguiendo su aventajada estatura, desafiando con su mirada cándida el enojo de las imponentes señoras.